Opinión

Amigos

El reciente asesinato durante la madrugada del 3 de julio en los alrededores de Riazor, en A Coruña, del joven de 24 años Samuel Luiz Muñiz, pone de relieve varias lecturas que no deben pasarse por alto ni dejarse al pairo. La primera es la pregunta más lógica que puede plantearse ante una agresión de esta naturaleza, con independencia del resultado es ¿por qué unos chavales que salen después de un largo confinamiento -aquella fatídica noche el ocio nocturno abría en Galicia tras diez meses y medio cerrado-, salen con la adrenalina tan desmadrada?

Ante esta cuestión cabría averiguar si de natural andan con la testosterona disparada o si la reacción es, finalmente, fruto de un daño provocado por las restricciones de las sucesivas declaraciones de estado de alerta, valorando la realidad que a día de hoy acontece en la intimidad de tantas familias. Esta posibilidad debería hacernos reflexionar sobre cuántas personas pueden haber desarrollado trastornos psicológicos, desde crisis de agarofobia que condena a tantas personas al encierro domiciliario, hasta los más violentos brotes psicóticos que terminan en tragedia., dejando bien claro que ello no exculpa la brutal paliza ni mucho menos el homicidio, porque aún bajo tal hipotética premisa los seres humanos están dotados de la conciencia plena para diferencia el bien del mal.

Desafiando la nueva dictadura impuesta por las minorías neomarxista y antisistema por la que, según su criterio, debe prevalecer la libertad de expresión siempre y cuando se coincida a pies juntillas con sus postulados, pero exponiéndose a la descalificación, la agresión verbal y el insulto cuando se disiente, osando proponer una opinión alternativa razonada pero alejada de sus postulados, ha lugar a cuestionar -apostillando la opinión del padre de Samuel-, que la raíz del acorralamiento fuera de naturaleza homófoba. Antes bien, la propia secuencia de los acontecimientos hace pensar en que los agresores se vieron molestos ante la supuesta grabación en el móvil de la víctima, desencadenando el ataque inicial y degenerando luego en el linchamiento.

Analizando los hechos en su contexto, el calificativo con el que se dirigieron a Samuel -maricón- apunta más a un insulto al azar y despectivo, por completo alejado de una clasificación de estereotipo, y que igual podría haber sido “cabrón”. Porque en el argot más machista y homófobo, a un gay no se le designa como maricón sino que busca una denigración mayor con el término “marica”, lo que no ha evitado que los colectivos defensores de diversidad sexual ya se han apurado a dar al crimen carta de sexista, elevando a Samuel al altar de mártires LGTB, aunque evitando indagar su identidad sexual o si a él le hubiera apetecido pregonarla. Sobre el tema cabe recordar las declaraciones del padre, afirmando que la muerte nada tenía que ver con el tema, sin abundar en la reacción del propio fenecido al increparlo que habla por sí sola: “maricón de qué!”.

La siguiente consideración debe hacernos cavilar acerca de la naturaleza humana. Si estamos diseñados para respetar y proteger la vida por encima de todas las cosas, qué puede llevar a un grupo a agredir a un sólo individuo, cuando su supervivencia no se ve para nada amenazada. Esto nos lleva a valorar la penosa situación que se plantea ahora. Una prometedora vida truncada por la irracionalidad, el quebranto de unos padres junto a una ciudad perpleja, y unos muchachos cuya juventud mudará a partir de ahora, madurando por las malas dentro del sistema penitenciario.

Tal es el precio, no de una noche de juerga sino de andar en malas compañías, ya que si bien puede darse una disputa, lo normal es que los amigos intervengan invitando al señalado a marcharse pero respetando su integridad, conteniendo al que se considera ofendido para la cosa no transcienda a un simple conato de discusión, en lugar de arremolinarse al estilo de Fuente Ovejuna. Porque quien te mete en problemas no es amigo. El amigo es el que te saca de problemas, acompañándote como un hermano, y es que la amistad es un alma compartida por dos mentes, cuyo corazón palpita en dos almas.

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