Vaya por delante que, con magnitudes distintas y consecuencias diferenciadas, igual de problemática es una epidemia producida por el cólera que la provocada por la cólera ya que, mientras una se concibe como una enfermedad infecciosa aguda de origen bacteriano, la segunda, entendida como ira, enojo o enfado, puede desencadenar efectos igual de devastadores, porque no se apacigua con medicamentos y medidas sanitarias sino que, en multitud de ocasiones, conducen a verdaderas insurrecciones, en el mejor de los casos a situaciones de desobediencia civil.
Tal es el motivo por el que, con la que está cayendo, sean muchos quienes no dan crédito o no acaban de comprender cómo bajo la amenaza actual haya quien renuncia a guarecerse bajo el paraguas de la vacuna. Claro que primero habría que analizar a qué obedece el absentismo ante las vacunaciones masivas, estableciendo si obedece a simple indolencia, tras valorar el amplio abanico de motivaciones, lo que ajustaría las cifras hacia una inmunización eficaz y responsable.
Cabe aceptar de manera razonable que, lo mismo como consecuencia del confinamiento que por temor al contagio, un buen número de personas haya desarrollado alguna forma de agarofobia, rehusando a acudir a espacios densamente poblados. Pero también habría que revisar los padrones -y no sólo el del censo electoral-, lo que arrojaría luz sobre la desbandada.
Entre las variables cabría incluir personas que no acuden a la convocatoria por los cierres perimetrales, habiendo optado por una segunda vivienda a donde no les llega comunicación administrativa alguna; las que se han mudado a otra residencia, provincia o territorio y, por desgracia, las que ya han fallecido pero aún figuran en el listado. A eso se añade una nutrida nómina de emigrantes que en la actualidad se encuentran en el país de destino, pese a figurar en el registro municipal. Este examen, de suma relevancia, facilitaría una gestión más eficiente de los recursos disponibles, haciendo un uso más ajustado y beneficioso de ellos.
Se puede admitir el desconocimiento o la ignorancia a la hora de cometer omisiones en una gerencia pública. A fin de cuentas, en condiciones normales, nadie espera que un Ejecutivo esté necesariamente formado por una élite de especialistas. Antes bien -y España no va a ser una excepción-, a la arena pública no acostumbra a aterrizar la pléyade patria sino una amalgama heterogénea de candidatos tan capaces como voluntariosos, frente a un nutrido elenco de aspirantes inexpertos que, cuando por fin se ponen al día de sus competencias y obligaciones, por lo general ya han agotado la legislatura.
Por esta razón, y por lo inédito en este mundo moderno y empequeñecido por las comunicaciones, se puede aceptar que la respuesta de los distintos gobiernos, central y autonómicos, haya resultado tan discutida por la ciudadanía. No obstante, la más grave postura, ha sido por parte de los libre designados que, lejos de priorizar medidas de gobernanza, se han inclinado por las políticas. Así, en lugar de ofrecer una información clara y veraz, los políticos se han dedicado a confundir a la audiencia a través de una comunicación inexacta y ambigua. Por si no bastara, en un clima enrarecido por sucesivas elecciones autonómicas, han politizado la pandemia, los enfermos, los contagiados y fallecidos, utilizándolo como arma arrojadiza en lugar de arrimar el hombro por el bien común, dando por resultado una sensible desconfianza y repudio a la vacunación.
Refutando conspiranoias, a ningún gobierno le interesa perder electores por cuanto, si a nadie se le ocurre privar a sus hijos de vacunas contra la poliomielitis, hepatitis, rubeola, meningitis y demás, apelando al sentido común, es una necedad renunciar a la del Covid, no sólo por uno mismo sino por la seguridad ajena. La actitud irresponsable de algunos ciudadanos y políticos puede comprometer la solución más rápida del fin de la pandemia, porque los pueblos no necesitan recoger platos rotos sino a dirigentes capaces de alimentar sus esperanzas.
