Opinión

El insulto

Ya desde la dictadura, el clero catalán se mostró siempre más proclive con el pueblo, a diferencia de en el resto de latitudes del Estado. Así la jerarquía de la Ciudad Condal se suma a las voces críticas que alaban la intención del Gobierno de refrendar la remisión de pena a los sublevados contra la integridad territorial de España. No deja de llamar la atención la postura teológica, que establece para el perdón de los pecados el doble principio de arrepentimiento junto al propósito de enmienda. Con la opinión pública menos dividida de lo que se pretende hacer creer -la mayoría apoya inamovible el cumplimiento de la condena-, instituciones como la Iglesia y otras organizaciones locales interesadas, azuzan con su propio interés, empujando a Pedro Sánchez a una decisión al filo del abismo,

Acusando a los más prudentes de intransigencia por exigir idéntico trato que al resto de golpistas pretéritos como el general Armada o Tejero Molina, atribuyen la intolerancia a ese arcaísmo tan español evocado por Goya en su estampa de garrotazos de tradición cainita, soslayando el daño y el merecido castigo por un prejuicio que trasciende a lo aparente. Porque obviando el temor que gravita sobre los más sensatos, rememorando el terrible tañido de los tambores de guerra, hay que señalar el desmesurado coste económico que ha supuesto la asonada de la Generalidad, tanto a la hora de destacar a la zona efectivos para mantener el imperio de la ley, el gasto judicial; el importe de los cuantiosos daños causados por el vandalismo y pillaje de insurrectos, las pérdidas por el cese de actividad mercantil y la deslocalización de numerosas empresas, a lo que se suma el desprestigio sobre la proyección del país en el exterior, con sus consecuencias políticas y económicas.

Pero he aquí que, rehuyendo los efectos del motín, el Ejecutivo pretende sacarle hierro como si se tratara de un affaire baladí en lugar de un daño astronómico al conjunto de la ciudadanía. Y todo por contentar a unos socios de gobierno que, lejos de buscar la convivencia pacífica cimentada en la concordia, persiguen de manera manifiesta y contumaz el cisma, la desavenencia, la fragmentación y la discordia. Sánchez está dispuesto a pagar el portazgo, pontazgo, canon o tasa, pero peaje a fin de cuentas, con tal que de seguir acariciando con sus nalgas el cuero azul de la primera línea de escaños en Moncloa.

El hipotético consenso apenas enmascara una pobreza intelectual que, más allá de la estrechez de miras, prueba también su mezquindad al carecer del temple y el arrojo de mujeres de la talla de Ayuso, capaces de desafiar a sus adversarios, no sólo para vencerlos en buena lid sino para garantizar la gobernabilidad y una gestión eficiente de la cosa pública, recordando por el contrario el Presidente a esos sujetos que, al alcanzar los más altos cargos tras años de sumisión y rencor, se pavonean acomodándose en ellos ignorando peligros y acechanzas, sin reparar en la variabilidad del poder, convencidos de que el puesto es una recompensa en lugar de una responsabilidad.

Tras su salida inicial por la puerta trasera del partido, su regreso adulterado nominado como candidato -y a la postre presidente por adjudicación sistemáticamente ajena a la volujntad del pueblo soberano en teoría representado-, ha estimulado un exceso de confianza y la presunción de poseer lo más cercano a la ciencia infusa, precipitándolo al narcisismo y la carencia total de empatía, mostrándose resuelto y provisto de un entusiasmo infinito, rayano con la más indolente prepotencia, que la neuróloga Junko Kato, profesora de la universidad de Tokio, atribuiría a la reducción de la materia gris en la ínsula en el cerebro de la mayoría de los políticos.

Un egocentrismo en el caso de Sánchez que, en la maniobra de la conmutación de la pena a los excargos catalanes penados por rebelión, nubla su percepción sobre la clara voluntad de los aspirantes a al amnistía a continuar siendo los interlocutores de un diálogo fallido, insistente en quemar puentes y cortar amarras sin volver nunca más la vista atrás, aunque procurando partir con los fardos repletos hacia el ambicioso estatus de estado independiente, obviando que todo político tiene derecho a aspirar a la independencia, mas con la reflexión clara de que acabar con los huesos en la cárcel no es consecuencia de la proclamación sino del fracaso en alcanzarla. Tal es el precio a pagar por salir a escape sin llegar a la meta.

La conciencia se manifiesta desde los albores de la humanidad aparejada a las emociones como mecanismo de supervivencia basado en la credibilidad, de modo que tanto en el juicio como en la vida moral, al igual que en el ámbito de la amistad y la familia, las relaciones entre votantes y candidatos se basan en un principio de confianza y respeto mutuo, cuya ausencia hace imposible la política ya que, por encima del ejercicio intelectual, se sustenta en un decisión emocional. De ahí que, si busca evitar la más profunda brecha con el electorado, Sánchez debería preguntarse si actúa en conciencia con los valores y el compromiso adquirido con el electorado.

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