Opinión

El tesoro nacional

El mayor patrimonio de cualquier país lo constituye su capital humano y, dentro de esa riqueza, el más alto valor lo integra la infancia, al ser donde descansa el futuro de toda nación, de ahí su importancia trascendental porque, más allá de la implicación emocional, lo que se pone en juego es la perpetuidad de la especie, realidad inherente a la vida que supera la propia expectativa de existencia. En términos prácticos, esto es lo que justifica que los hijos son el motivo por el que todos y cualquiera está dispuesto a matar o morir sin pensárselo.

De ahí que surjan las dudas cuando, sin saber cómo llegó a oídos del Gobierno el presunto cabreo nacional por tener que llevar a los críos a la cola del banco o la del súper, confinados junto al resto de la población que carezca de perro, gato o canario para pasear, de la noche a la mañana un sólo sujeto dentro de su casa, léase el ministro de Sanidad en solitario, aprueba la rectificación del decreto que limitaba la salida de los más pequeños, para dejarlos de pronto retozar por parques y jardines.

No es necesario ser muy avezado para preguntarse qué es lo que, de ayer a hoy, hace más segura la salida ya que, si hasta ahora estaban recluidos para evitar su exposición, qué es lo que ha cambiado para que de pronto, ante la protesta, puedan salir indemnes. ¿Hay o no riesgo de contagio? La cuestión no es baladí, porque plantea que el Gobierno prioriza los votos sobre la seguridad de los ciudadanos. En suma, se abren dos escenarios, o exponen a los niños a un contagio o la población está confinada porque sí.

Analizado este rompecabezas, resulta inevitable pensar en Pablo Iglesias al hacer memoria acerca de quién no ha tenido un compañero de estudios o en el trabajo que, cada vez que algo chungo se adivina en el horizonte mira para otro lado, cuando no señala descaradamente hacia el primero que se ponga a tiro, para sustraer la atención sobre sí mismo pero que, cuando el resultado es halagüeño, no le da descanso a anotarse el tanto, sea él o no el autor del logro. Como el vicepresidente 2º anotándose, con cara bonachona de Papá Noel, el gol de haber liberado a la infancia patria.

Pero más allá de lavarse las manos, -muchos de cuantos hasta ahora evitaban la pastilla de jabón como la rana al escorpión-, si hay un saldo que deja el confinamiento es el cambio de paradigma en el pensamiento ciudadano. Algo que no estaba previsto y cuyo cociente va a tener que digerir a partir de ahora la clase política. Porque aunque sea manipulado, explotando la circunstancia de manera espuria; arrimado de manera indecente el ascua ajena a la propia sardina, si hay algo que ponen de manifiesto los aplausos y las caceroladas -por más que se haya intentado controlar a los medios de comunicación, buscando incluso intervenir y censurar al respetable a través de las redes sociales-, es que la capacidad de acuerdo y convocatoria trascienden ya a la autoridad e instituciones, de manera que hoy, más que nunca, el Pueblo se constituye en depositario del verdadero dominio, convirtiéndose en el quinto poder. Algo imprescindible en una democracia.

Este es el trascendental saldo del COVID. La pandemia ha hecho comprender a la población que la solución a los problemas sociales, políticos y económicos pasa por reforzar los lazos de solidaridad. Una sociedad civil más participativa que nunca, desde las ventanas o los balcones, ha dando lugar a unas relaciones sociales basadas en la reciprocidad y confianza. Esta cooperación en beneficio mutuo, no sólo ha mejorado la convivencia, sino que será clave en la recuperación del país, ya que, lejos de los caprichos y vaivenes de los políticos, dependerá de la ciudadanía. 

A la secuencia de los movimientos populares iniciados en el 15M de 2011, apenas falta reconocer el voto en blanco y priorizar a las personas sobre los partidos. la pregunta final es, ante el vacío de escaños en Moncloa, qué ahorro supondría aplicar un ERTE a los políticos, recordándole de paso a Pablo Iglesias que, al que quiere quedar bien por invitar, también le toca pagar la cuenta.

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