Opinión

El genocidio o la leyenda negra

A colación del perdón implorado por Francisco I en México, relativo a los yerros del Vaticano, en el presente y pasado, especialmente durante el período histórico de la conquista del Nuevo Mundo, por más que haya quien se revuelva entre las filas de los más papistas que el papa, a cada señor le toca tal honor. Porque el genocidio es el arma arrojadiza, eternamente vociferada para justificar la leyenda negra española, tirando pedradas y escondiendo la mano, y aun siendo cierto que la Corona de Castilla aprovechó la bula papal Inter Coetera o de Donación promulgada en 1493, para apropiarse del continente recién descubierto, no es menos verdad que tampoco fue la única ni la peor.

Cierto que los indígenas hubieron de enfrentase sin defensas a las enfermedades infecciosas que portaban los españoles, no obstante también resulta obvio que por aquel entonces no existía el concepto de arma bacteriológica, amén de no tener interés ninguno en contabilizar bajas entre los indios sometidos a trabajos forzados en cada encomienda española. Esa imposición sí podría, con muchas reservas, ser considerada un pecado.

Habría que esperar al año 1537 para que el papa Pablo III aprobase la bula Sublimis Deus que decretaba la libertad de los indígenas de las Indias y la obligación de manumitirlos, y he ahí donde comienza la madre de todas las desgracias porque, mientras los habitantes de América recibían el fabuloso legado cultural español, comenzaba el más execrable comercio de esclavos procedentes de África que, al ser más robustos y resistentes que los indígenas, supuso la deportación de millones de africanos a América para servir como trabajadores gratuitos en la producción agraria y minera.

Pero que nadie se engañe. En ese lamentable negocio negrero participaron a partes iguales los propios africanos que capturaban y vendían a sus semejantes, como un buen puñado de países europeos que explotaban sus posesiones en las tierras recién descubiertas, una práctica entonces aceptada por la moral reinante, tanto entre conquistadores como conquistados.

Así, todos aquellos estados propietarios o en pugna por poseer colonias en América mantenían activo el mercado de esclavos africanos, no sólo España o Portugal. Francia, y especialmente Inglaterra, aunque también Austria o Flandes, fueron los responsables del mayor comercio que llevó a insurrecciones como el caso de los Cimarrones, la revolución de Haití o el conflicto subyacente de la esclavitud durante la Guerra de Secesión americana. Y dicho esto conviene reconsiderar algunos hechos que otros países se han esforzado en hacer pasar desapercibidos frente a la grandeza del más vasto imperio que jamás existió, aquel donde no se ponía el sol, y que tanto escoció al resto de potencias de aquel momento y aun de más tarde.

La primera cuestión está en el presunto expolio de la riqueza de metales que ejecutó la Corona española en América, pero la realidad es que todo ese oro fue a parar a las arcas de los banqueros alemanes e italianos, sin rendir rédito alguno en España, cuando no cayó en manos de los corsarios holandeses, ingleses y franceses, que sembraron también el fondo del mar de pecios cargados de tesoros españoles.

El segundo tema es que a día de hoy, en Latinoamérica hay más de 300 millones de indígenas, una cifra imposible si España hubiese llevado a cabo un genocidio. Tal es así que los conquistadores se mestizaron con ellos dando lugar a los criollos. En tanto esto sucedía, los ingleses y norteamericanos redujeron a los indios a reservas cuando no los masacraron extinguiendo etnias enteras, practicando deportes militares como el general Custer, dando como resultado tal exterminio que en Nuevo México, por ejemplo, se instauró los indios Pueblo, fruto de minorías sin identidad supervivientes de diversidad de naciones extintas. Ante la evidencia histórica, de hoy en adelante cada cual es muy libre de vivir en la mentira tragándose a pies juntillas la leyenda negra y el hipotético genocidio español.

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