Opinión

La cizaña

España es un país que siempre da para imágenes insólitas, como la ministra de Trabajo haciéndose en la harakiri en plena manifestación del 1º de mayo en Madrid, nadie sabe si pronunciándose a favor de los obreros y en contra el ministerio que ella preside o viceversa porque, a parte de nadar y guardar la ropa, no se puede estar al mismo tiempo en la montaña y en mitad de la marea.

Que se lo pregunten si no a Pablo Iglesias, quien ya empieza a admitir el desgaste de su andadura política, no porque, como él afirma, la actividad pública queme por sí misma, sino porque se ha esforzado en no darle tregua a la lengua.

Escupiendo por la boca de sapos, culebras y fascismos, que no todo el mundo acaba de comprender. Aquí conviene hacer un alto para aclarar de una vez que, entre el socialismo nacionalista de Hitler y el comunismo internacionalista de Stalin, la diferencia es que el régimen nazi construyó hornos crematorios para intentar borrar cualquier evidencia de sus actos, mientras a la Administración estalinista no le importó enterrar en fosas comunes a los fallecidos en su red de gulag, con sus 427 campos de trabajos forzados a donde fueron a dar con sus huesos millones de presos políticos, ex políticos purgados, opositores al socialismo, sacerdotes y deportados. Todo lo que, a efectos prácticos, hace demasiado difícil establecer los elementos identitarios para diferenciar el totalitarismo de izquierda del llamado de derechas, como es el caso de los nazis, vaya usted a saber por qué.

Porque si hay algo que resulta sorprendente no es ya que el propio Adolf Hitler reconociera que donde más aprendió para imponer su sistema nacionalista socialista en Alemania, fue de la lectura de la obra de Marx, sino que, excluyendo a Italia y Japón, multitud de actuales sociólogos e historiadores cuestionan que las dictaduras de Franco y de Salazar fueran fascistas, sin dejar de calificarlos como  regímenes autoritarios. Y es que al final siempre es la misma piedra lanzada por Pablo Iglesias y sus cachorros, mezclando ajos con  cebollas y confundiendo el culo con las témporas, o lo que es peor, intentando desconcertar y dividir a la sociedad española, mientras la mitad de los medios le hacen la ola al señalar acusadores a una hipotética ultraderecha, mientras blaquean a su extrema izquierda bolchevique, a juicio de la historia tan sanguinaria como ineficaz.

Así llega el momento dramático en el que, en pleno pulso electoral, surgen un saco de sobres conteniendo cartuchos y amenazas, que le dan a Iglesias munición para cargar contra todos y contra todo, afirmando que los anónimos tienen como remitente al fascismo. Porque esa es su seña de identidad, el conflicto, una colisión permanente con el resto de fuerzas del arco parlamentario, a quienes imputan el papel de la bestia negra de todos los males.

Pero, aparte de tener que bajar de la nube porque la misiva fue llegando más o menos a todos los candidatos, obligándole a tragarse la mitad de sus palabras, lo indiscutible es que, como acostumbra a suceder, el árbol no dejó ver el bosque dado que, más allá de lo lamentable de que en una democracia se amenace a nadie, lo verdaderamente significativo no eran las balas sino el mensaje contenido en el anónimo, haciendo referencia a que “dejó morir a los padres y abuelos”, en clara alusión a la gestión de la pandemia desde su Ministerio.

Así se ha desgastado Pablo Iglesias. Siempre en la cresta de la ola del conflicto y victimizándose, ha ido decayendo desde el enfrentamiento “a cuatro o cinco fascistas”,  a la actual denuncia contra un chat privado de policías al que obviamente él no pertenece. El exministro observa como los medios lo van dejando de lado en sus continuas arengas.  Por lo general, ningún hombretón  lleva por el collar a un caniche sino a un perro más ampuloso. En tanto la estrella de Pablo Iglesias se apaga,  su tocayo Echenique, tan dado a echar la lengua a pacer, permanece en silencio, nadie sabe si porque le pusieron el bozal o porque ambos están resultando dañinos hasta para Podemos.

Te puede interesar