Opinión

¡Oh, España!

La reciente decisión de Rajoy de no presentar candidatura a la presidencia del Gobierno es más que lógica habida cuenta los resultados electorales. Mariano alega no desear hacer el ridículo obviando que, junto al resto de aspirantes, esa es precisamente la única lectura que ofrecen las urnas. Si ningún partido logró nada parecido a una mayoría que le permita gobernar es simplemente porque no han sido capaces de hacerse acreedores de la confianza de la ciudadanía.

Al PP le ha pasado factura obviar el motivo para teñir de azul el Hemiciclo en los anteriores comicios, sin efectuar el más elemental análisis de los resultados. Valiéndose exclusivamente de ellos, olvidó que la victoria no se apoyó en su programa sino en el castigo a la gestión zapaterista, llevándolos a endiosarse y atribuyéndose la aprobación de leyes polarizadas con el electorado. El aborto, la libertad de expresión, manifestación y reunión; la educación. El acceso a la Justicia o al Registro Civil, el incremento de los impuestos pese a la promesa en sentido contrario, favoreciendo no obstante a las SICAV y grandes fortunas. La prepotencia a la hora de recortar derechos e imponer obligaciones, pero sobre todo, no ya la percepción de podredumbre generalizada, sino la evidencia de que Rajoy ofreció a los corruptos un paraguas semántico con el calificativo de “investigado”, para la legión de imputados por corrupción que jalonan un número indecible de sumarios abiertos en todo el país por el aprovechanmiento perverso de los recursos públicos en favor de una abundante cantidad de libres designados, favoreciendo los intereses de una oligarquía en detrimento del conjunto de los españoles. Éso es lo que le ha costado al PP el aval para formar gobierno.

Pero que nadie se llame a engaño, concurrir a unos comicios en coalición es legítimo, pero esos chanchullos llamados pactos postelectorales nunca han reflejado la voluntad popular. La mayoría no ha votado para que Podemos gobierne por más que lo permita Pedro Sánchez, y eso soslayando hasta qué punto asombra que el socialista consienta que su futuro socio lo insulte, vitupere, ofenda y falte al respeto a los votantes, perdiendo el culo a pesar de ello por hacer vida en común con él. Ese tipo de conducta, más allá de indecente, se define como postura del necio.

Nada hay más necesario que los partidos hagan un profundo examen de conciencia, autocrítica sin excusas, planteándose que no se puede marear eternamente la perdiz ni entrar a saco en Moncloa invocando el temor, la ingobernabilidad, o evocando fantasmas del pasado. Los aspirantes deben mostrar mayores miras y responsabilidad, además de un acusado sentido de Estado aliñado con vocación de gobierno, útil para los distintos pueblos que integran la nación.

Sobran candidatos codiciosos e inútiles cuyo único interés ha sido acomodarse y hundir el país. Aburren ya los Ejecutivos a favor de los partidos en lugar de atender a las necesidades de los ciudadanos. Hace falta tanto compromiso como políticos competentes, respetuosos y responsables con la confianza en ellos depositada. Urge una limpieza a fondo en todos las formaciones y abrir las ventanas para que circule aire fresco. Es imprescindible limitar la posibilidad de ocupar cargos públicos por un período superior a dos legislaturas, exorcizando corruptelas y el anquilosamiento.

Se hace imperativo que los gobernantes dejen de ascender por escalafón, siendo imprescindible acabar con la profesionalización del político para que el país funcione. Los candidatos deben asumir de una vez por todas que el pueblo español ya es mayor de edad, dignidad y gobierno, con capacidad tanto para pensar como discernir, y que está harto de que lo ninguneen, mangoneen y chuleen. Y en vista del éxito, que las direcciones ejecutivas reflexionen, enmienden, y convoquen comicios para que el pueblo se vea higiénicamente representado y eficazmente administrado.

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