Opinión

PARIDAD

Recuerdo que en mi infancia, cuando visitaba a mis primos en la aldea, la hora de la merienda era especialmente quejumbrosa, ya que desde cada ventana o balcón salía un lamento de mujer maltratada. Si miraba de manera inquisitiva a mi tío, éste se limitaba a decirme que eso no eran cosas nuestras, que cada uno en su casa hacía como mejor se le ocurría.


Hoy en día nos echamos las manos a la cabeza cuando cae una nueva víctima de la violencia de género, e inmediatamente cambiamos el centro de atención mirando hacia países ubicados más al sur para justificar el estado de igualdad que rige en España. Pero bajo el mensaje subyace el problema: si es necesario hacer campañas en contra de la violencia de género es porque sigue existiendo. Y cuando me refiero a ello no me limito al arrebato de atizar a una mujer, sino a cuestiones más subliminales que denuncian que la igualdad de géneros en este país es una chufla.


La diferencia de salarios por motivos de género es una muestra de violencia que se ejercita sobre la mujer al privarla del reconocimiento a su esfuerzo, de igual manera que la paridad. A mi no me importa que el Estado esté administrado por hombres o mujeres. Y me importan aún menos cuáles puedan ser sus inclinaciones sexuales siempre que se asienten en el respeto y la libertad.


Lo que me preocupa es la gestión eficiente de la cosa pública sin importarme si el Congreso está lleno de hombres o de mujeres. La valía de una persona o de un profesional no se cuantifica por su sexo sino por su eficacia. Porque en esencia la paridad refleja lo endeble de su naturaleza, que manifiesta al fin una equivalencia maltrecha que dice que las mujeres son similares a los hombres, no por sus méritos, sino desgraciadamente por la lectura subliminal de una igualdad de mentirijillas basada en 'porque los hombres les dejan'.

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