Opinión

París bien vale una misa

La brutalidad con la que este viernes negro fue sacudida Francia, debería empujar a la reflexión ciudadana acerca de lo que está sucediendo. Que muchos países culpan a Occidente de su particular situación como consecuencia de los imperios coloniales, es una realidad manifiesta pese a lo lejano que es el derecho de reivindicación a estas alturas de su soberanía, pretendiendo vivir eternamente de la misma renta. Cierto que existió una corresponsabilidad por parte de Europa en países como Abisinia, aunque los conflictos actuales entre Etiopía y Eritrea son muy suyos, igual que sucede con aquellos afectados por la Primavera Árabe. ¿Qué tiene que ver a día de hoy el Viejo Continente con los pollos que se montan los egipcios, tunecinos o somalíes, por poner un ejemplo, o como es el caso con Siria, cuyos ciudadanos divididos en facciones se lo han cocinado y se lo han comido ellos solitos, esparciendo ahora los restos a diestro y siniestro, después de abrir la caja de Pandora del conflicto chiíta-suní?


Este es un buen momento para cuestionar actitudes más que discutibles como las de la alcaldesa Ada Colau, quien acompañada de su séquito se fue a dilapidar el dinero público a Alemania para aprender cómo se deben recibir a los expatriados sirios, como si no hubiera escuela sobrada, y bastante más barata, en Andalucía, Ceuta o Melilla, donde están curtidos por la experiencia de recibir refugiados.


Porque es de eso de lo que se trata, de acoger a perfectos desconocidos ante los que hay que plantearse las oportunas precauciones. Y conste que no es cuestión de buscar culpables sino de tener la prudencia, por el bien de todos. De observar por la mirilla antes de abrir la puerta, porque en este negocio hay exiliados políticos y no tanto. Los primeros en salir de un país en conflicto acostumbran a ser los que tienen dinero y aquellos a los que les ponen medios, sean miembros o excomponentes de cuerpos de seguridad, espías, desertores, terroristas, delincuentes y aprovechados. Todos ellos con acceso más fácil a documentación que cualquier otro desgraciado empujado a huir de su terruño, dejando atrás toda una vida.


Seguramente alguno argumentará que los españoles también se exiliaron al terminar la guerra civil, a lo que habría que aclararle que en primera instancia fueron ingresados en campos de internamiento, a la espera de dilucidar, individuo por individuo, su identidad e intenciones antes de permitir su acceso y libre circulación por el país vecino.
Pues tal de lo mismo: hay que acostumbrarse a separar la paja del grano. No se trata de franquear el paso al maremagno que llame a la puerta como si esto fuera el país de Jauja. Los españoles deben mantener sus derechos por encima de la acogida de cualquier expatriado.

Es necesario comprobar cuáles son sus intenciones y quién es el que pulsa el timbre antes de permitir que se pasee por el territorio, para evitar en lo posible masacres como la de París. Y exigir adaptación. Vale la pluralidad cultural y la diversidad de costumbres, pero quien va a Inglaterra tiene muy claro que nadie le va a hablar en español, luego quien aterrice en España debe integrarse en el idioma y las costumbres del estado anfitrión, porque como bien apuntó Enrique de Navarra, en paralelismo al conflicto armado y religioso de hoy, París bien vale una misa, y por lo que respecta a los españoles, los caídos franceses también.

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