Opinión

Revisión histórica

Gurs, Argèles-sur -Mer, Sain Cyprien y Carcarés, Septfonds, Rivesaltes, Rieucros o Vernet d'Ariège son los nombres de campos de internamiento donde los exiliados españoles fueron confinados al cruzar los Pirineos huyendo de la dictadura de Franco. Separados hombres de mujeres, acabaron recluidos en estos llamados “estacionamientos temporales” reciclados a “reclusión administrativa”. En esos recintos mal construidos a toda prisa, 550.000 españoles sobrevivieron en barracones o vigilados a la interperie y carentes de las mínimas condiciones higiénicas. Exiliados con carta de prisionero, apenas recibieron comida ni jamás agua potable o ropa de abrigo para protegerse de las inclemencias del tiempo, falleciendo un número considerable por desnutrición, enfermedad, durante el transcurso de torturas o simplemente asesinados, y todo ello porque al Ejecutivo del francés de Daladier los consideraba unos “indeseables extranjeros”, proponiendo su expulsión por suponer un coste de 750.000 francos diarios a las arcas galas. No, desde luego no los recibieron con los brazos abiertos, y eso que entre ambos países las diferencias culturales eran mínimas, lo que obviaba cualquier tipo de encontronazos entre ambas sociedades. Este es un capítulo de la crónica compartida entre ambos pueblos vecinos muy poco ventilado, ignorado por muchos de aquellos que se rasgan las vestiduras acusando a las autoridades españolas por su actuación frente a la inmigración ilegal.

En contrapartida y pese a alguna crítica, los inmigrantes ilegales que llegan a Melilla santando la valla, en patera, con documentación falsa a traves de la frontera u ocultos en un vehículo, son identificados por la policía y dados de alta en el Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes, iniciado la Administración el trámite de expulsión, procedimiento durante cuya gestión el expatriado es libre de transitar por toda la Ciudad Autónoma al no estar detenido ni privado de libertad. No puede exceder los límites melillenses dado que por su condición de “ilegal” carece de la potestad precisa para circular por Europa, no obstante para todo los efectos goza de autonomía absoluta, siendo voluntario su alojamiento en el Centro de Estancia donde se le facilitan tres comidas diarias, ropa, techo, cama, además de comodidades propias de un establecimiento de acogida: atención sanitaria, educación, ocio, etc. Sobra reseñar la cantidad de veces que se evita la expulsión por “agotarse” el plazo de la vía administrativa.

Ni qué decir con aquellos desplazados que adquieren el estatuto de refugiado entre los que se incluyen los sirios asignados por la Unión Europea para su asentamiento en territorio nacional. Pero que nadie se engañe, acoger a 15.000 huéspedes constituye mucho más que simple papeleo, requiriendo dotarlos de vivienda, medios, documentación, empleo, escolarización, atención sociosanitaria, etc., es decir, cuantas de necesidades demande cualquier ciudadano, a lo que hay que añadir la revisión sanitaria que evite la propagación enfermedades de las que pueden ser portadores así como el control y la exhaustiva identificación para eludir el riesgo de introducir al zorro en el gallinero.

Si la conciencia es la cualidad que moviliza a las personas para oponerse a la injusticia, la generosidad constituye el atributo que empuja a renunciar a lo propio y necesario en favor de los demás. No obstante la prudencia induce a que la bondad no radica en dar sin descanso hasta agotar el granero sino también en saber negar, oponerse y decir “no”, no tanto por egoísmo sino por sentido común, velando por el bienestar general. Resulta indispensable tener para poder dar, de ahí la exigencia de racionalizar el cupo de quienes cruzan una frontera como único modo de garantizarles una acogida humanitaria y en condiciones que palíen sus requerimientos. El principio de economía doméstica lo plantea de forma cabal: donde hay para cinco se pone un plato para seis, pero por muy buena voluntad que se aplique, con comida para cinco no se consigue alimentar a cien. La solución no está en desplazar una marea humana sino en derrocar a los gobernantes que masacran a su ciudadanía empujándola al destierro.

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