Opinión

Spain is different

L a estrategia de querer convocar elecciones por parte del primer ministro islandés es anecdótica. Los países del norte de Europa, igual que en Estados Unidos, nos tienen acostumbrados a que al mínimo escándalo no haga falta ser libre designado, bastando con ser candidato para comparecer ante la concurrencia a entonar el mea culpa y a continuación dimitir. El hecho constituye en sí mismo un acto de coherencia, ya que quien ostente o aspire a ocupar un cargo público, debe necesariamente apoyar su propuesta en la confianza que inspire a los administrados.

Pero aquí tocan otras tornas. En España no se apea de la burra ni dios, así sea empujándolo escaleras abajo con el palo de la escoba, y cuando al fin lo hace es para salir por la puerta grande, encaramado a una acémila aún mayor. Tal fue el caso de cesantes como Ruiz-Gallardón e Ignacio Wert que desde aquella hora viven mejor que ministros, abundando en aplicar el refrán que reza “burro grande, ande o no ande.”

Le tocó el turno a José Manuel Soria López, titular de la cartera de Industria, Energía y Turismo, que además de ostentar entre sus logros fundir el bolsillo del respetable con el recibo de la luz, gravando por ende a los españoles con un impuesto al sol, se retira de la política a declinar en voz baja la lista de paraísos fiscales, con Panamá atragantado en la botella, que es como ahí llaman a la persona que cobra pero no trabaja, situación frecuente en el sector público del país caribeño.

Resulta difícil comprender —aunque no de intuir—, por qué Rajoy aforó a Barberá excluyendo a Soria de la fiesta. Cuesta poco imaginarlos jugando al escondite en el patio del colegio, deduciendo que al tocar la “chufa” Josito siempre cantaba un por mí, mientras Rita, que es mujer robusta, con mucha trastienda y que ya apuntaba maneras, alborotaba a voz en grito un “por mí y por todos mis compañeros”.

Así el canario se retira a tocar Las Palmas despues de mantener un pulso con propios y extraños, defendiéndose como gato panza arriba de la acusación de estar vinculado a una empresa opaca, acorralado por las dudas y esclavo de sus palabras. Parafraseando la canción “Adivina, adivinanza” incluída en el álbum de 1981 La Mandrágora de Krahe, Sabina y Pérez: “Mil años tardó en morirse pero al fin la palmó, los muertos del cementerio están de fiesta mayor”, que parece que los escaños estuvieran forrados de super glue, tanto les cuesta despegar de ellos las nalgas.

Pero lo de Aznar sí que es sangrante porque hay un límite definitivo entre una actuación inmoral y otra ilegal, llevándose el expresidente la palma en las dos. Queda claro que hasta la aprobación de la última hornada de normas fiscales, la tenencia de empresas offshore en paraísos fiscales era legal aunque inmoral, pero lo de José María es para echarle de comer aparte ya que, siendo funcionario de Hacienda como inspector de finanzas del Estado, es consciente como nadie de sus obligaciones fiscales. Aznar se empeñó con deliberación alevosa en estafar a todos los españoles.

Muchos dirán que lo mínimo que debería hacer es dimitir, a lo que más de uno aducirá de qué. Pues considerando que ocupó el puesto de primer ciudadano y que su obligación es ser modélico en el buen sentido, en lugar de vender al exterior la imagen de una España en la que hasta el expresidente es corrupto, practica el padel y el escaqueo de impuestos, lo primero que debería hacer es renunciar a su sueldo de 80.000 euros como expresidente a cambio de hacer la botella panameña. En eso le ganó la partida Pujol, que por muy ex que sea fue más honorable que él a la hora de renunciar al jugoso estipendio que sale del bolsillo de los ciudadanos. La segunda parte compete al rey, quien se esfuerza en proyectar una imagen de higiene impoluta y puritana, ejemplarizando más aún que con su hermana la infanta Cristina, y es cesando de manera fulminante a Aznar de su cargo público en el Consejo de Estado, del que se embolsa la friolera de 75.000 euros por aparecer un par de veces al año, así al menos quedará vacante una plaza para que otro botella pueda ocuparla.

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