Opinión

Suspiros de España

Que el onubense Carmelo Romero, a la sazón diputado del PP por Huelva, se disculpe o no con Errejón, es algo que a pocos les saca el sueño. A fin de cuentas sus señorías ya tienen habituado al respetable al dicterio en mitad del rifirrafe que para ellos es simple gaje del oficio, y porque, se admita o no, salvando la diferencia de que sus rencores circulan por caminos divergentes y que frente al tono combativo, explosivo y bocachancla de Iglesias, Errejón es más reflexivo, calculador, y seguramente acreedor de un rencor más afilado y sutil, cada vez que el diputado por Más País sube al estrado va pidiendo a gritos una cesta de obleas como panes ya que, igual que su excamarada podemita, ambos medran en el conflicto. 

O dicho de otro modo, se le puede reverenciar u odiar, pero hasta para quien dude de que más de alguno de sus postulados son para tener en cuenta, aun en contraposición a sus propuestas para solucionar los retos del país, incluso un reloj estropeado da la hora correcta una vez al día, senda por donde discurre la última intervención de Íñigo Errejón en el Congreso. Porque si bien es cierto que se evalúa en la población el impacto económico, laboral y sanitario a nivel biológico, parece haberse quedado en el tintero cuantificar el daño global a nivel emocional y mental.

Pero no es sólo a este sector social al que hay que dar respuesta sino que las consecuencias de la pandemia han puesto su situación en el ojo del huracán. La realidad es más prosaica, e involucra a todas aquellas personas sujetas a distintas condiciones, en muchas ocasiones injustamente relegadas por carecer de la atención necesaria. Cabría mencionar aquí a niños con trastorno por déficit de atención con hiperactividad que, diagnosticado de manera temprana y convenientemente tratado, faculta al menor para cumplir con cualquier aspiración educativa, profesional y social. En el mismo sentido pueden evolucionar trastornos como el autismo, el Asperger, la ciclotimia, el de personalidad límite, el bipolar, el de ansiedad, estrés postraumático; el obsesivo-convulsivo, el depresivo; los de conducta alimentaria, los psicóticos, la esquizofrenia, o el trastorno antisocial.

Aquí se abren dos frentes esenciales. El primero en relación a las consecuencias del confinamiento y el temor al contagio. Así, si con anterioridad existía una tendencia a rehuir los servicios de psicología y psiquiatría por los prejuicios que aún despierta en algunas personas faltas de instrucción, ciencia y conocimientos, a estas alturas resulta razonable estimar que la proporción de población afectada es mayor, manifestándose en patrones conductuales que se diversifican desde la agarofobia a brotes psicóticos, pasando por crisis de pánico con respuestas violentas por estrés incontrolado.

El otro caballo de batalla debe centrarse en universalizar la atención psicológica y psiquiátrica, de manera que la Administración sea facilitadora del acceso a ambas disciplinas por parte del usuario, con la asiduidad y frecuencia que su situación lo requiera. Sobra decir que incursa en el sistema público de salud y con carácter gratuito. Implementando además políticas de integración plena a todas las personas posibles con disfunciones de personalidad, así como creando opinión para cambiar la percepción que de ellas se tiene, simplificando su aceptación e incorporación al tejido social.

La base de la evolución y prosperidad de una sociedad es la salud, al igual que un fundamento de la democracia, utópica si el conjunto de la ciudadanía no goza de salud plena. Un concepto que, desde la definición de un óptimo estado de bienestar físico, económico y social, ha evolucionado para la Organización Mundial de la Salud, como un estado de bienestar en el cual el sujeto toma consciencia de sus propias capacidades, puede afrontar las tensiones cotidianas normales, puede trabajar de forma productiva y fructífera, dentro de la plena percepción de su contribución a la comunidad. Nunca como ahora estamos en condiciones de convertir nuestra sociedad en un lugar más habitable. El futuro depende de nuestra actitud, sin esperar a que otro o el político de turno dé el primer paso. Porque está dentro de cada uno de nosotros abrir la puerta que conduce al cambio.

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