Opinión

The wall

Que viene siendo en inglés “el muro” no tanto en clara alusión al LP de Pink floyd, como el proyectado por el norteamericano Donald Trump. De un tiempo a esta parte los muros son obsesión de los gobernantes y aspirantes a puestillo. Pero aún tras la caída del Telón de Acero, también conocido como el muro “de la vergüenza”, aprovechando la posguerra para justificar la división física de Europa en dos grandes bloques políticos, aún quedan en el mundo un ben puñado de murallas separando territorios, países, personas y hasta familias. 

Rodeando, aislando o más justamente estrangulando a Jerusalén, barrera israelí de Cisjordania, defendida por el gobierno judío como muro de seguridad, por los palestinos definida como muro de separación, y por los defensores de derechos civiles como muro de apartheid, con sus casi 800 kilómetros separa más que un simple mundo ideológico: lo que divide es la atávica enemistad entre los descendientes de los israelitas de la tierra de Canaán y los sucesores de los filisteos, contra los que se han  juramentado para arrebatarles hasta el último grano de arena.Los 3.200 kilómetros de alambrada y cemento que

separan a México de Estados Unidos para impedir el paso de inmigrantes desde el sur del continente, e incluso de mexicanos, muy a pesar del Tratado de Libre Comercio de América del Norte con México y Canadá. Los muros de paz de Belfast, conocidos como las 99 líneas, separan desde hace casi cinco décadas a católicos y protestantes en Irlanda del Norte.

La Zona Desmilitarizada de las dos Coreas, un pasillo de cuatro mil metros de ancho que, a lo largo de 250 kilómetros, desde 1953 hendió en dos a la antigua península coreana. Un vallado de unos 900 kilómetros en la provincia iraquí de Anbar, fabricado en alambre de espino y considerable altura, separa desde 2006 a Arabia Saudí de Iraq. Igualando casi al estadounidense, con una longitud de 2.700 kilómetro, en mitad del desierto se levanta una un muro de arena, piedra, alambre de espino y minas para separar a Marruecos del Sáhara Occidental. Se podría seguir en un recuento vergonzoso: Chipre para separar a grecochipriotas de turcochipriotas, los 2.900 kilómetros que separan a la india de Pakistán. Los 2.017 kilómetros que dividen a Kuwait de Iraq, o los 1.100 kilómetros entre Uzbekistán y Kirguistán.

Por si no llegara con la fijación de Trump en incrementar la longitud de la divisoria entre su país y el vecino mexicano, ahora llega un  nuevo iluminado, y es producto nacional: a Santiago Abascal, candidato de Vox, tampoco le llega con las concertinas que trituran a los infelices que cruzan la valla entre Ceuta y Melilla con Maruecos, y sin mayor reflexión  ha tenido la ocurrencia de levantar un paredón entre las ciudades autónomas españolas y el resto de África, e imitando a Trump pretende que lo pague Marruecos por enviar -según sus palabras- oleadas de inmigrantes clandestinos.
España es país de políticos mediocres. Escaso de propuestas para mejorar el país, el candidato de Vox aún no llegó al hemiciclo y ya está buscando excusas. Y de paso un chivo expiatorio en una población inmigrante que, sin superar los 15.000 ilegales al año ni permanecer en territorio nacional al continuar muchos hacia Europa y deportar de vuelta a la mayoría, son muy necesarios para tributar, cotizar y sostener el sistema de pensiones y el Estado de bienestar social. ¡Cuándo entenderán todos estos y representantes públicos que no hay muro que contenga el hambre, la persecución, la guerra, la pobreza ni la injusticia! 

Al margen de que la vocación del político de carrera es hacer de cada solución un problema, la política es el arte de obtener el dinero de los ricos y el voto de los pobres con el pretexto de proteger a unos de otros. Queda claro que, como dijo el escritor inglés Aldous Huxley, cuanto más siniestros son los deseos de un político, más pomposa, en general, se vuelve la nobleza de su lenguaje.

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