Opinión

Veni, vidi...

Tras sacudirse el yugo inglés, el rey Amanulá Khanl llevó a cabo una ambiciosa reforma. Estimuló el comercio con Europa y Asia, adquiriendo libros para la biblioteca de Kabul y fundando su museo e infinidad de escuelas. Adoptó el sistema métrico. Implantó el DNI, el teléfono, el telégrafo, y luchó contra el contrabando y la corrupción. Construyó el primer ferrocarril y embalses para suministrar agua y electricidad, y fundó Radio Kabul. En 1923 estableció la primera Constitución donde se buscaba derechos individuales básicos como la abolición de la esclavitud, alfabetización de adultos, acceso a la educación a ambos sexos; instauración de una Corte Suprema y de tribunales laicos; la abolición de privilegios y el ejercicio recaudatorio de tributos por parte de la aristocracia.

Una de las consecuencias inmediatas fue que las mujeres abandonaron su encierro y el velo, incorporándose a la vida civil. Pero, finalmente, por las dos revueltas conservadoras, todo quedaría en una exigua caricatura democrática, al reconocer como oficial a la escuela hanafí -dedicada a la jurisprudencia y pensamiento dentro del islam-, y la imposición de penas según la Sharía o ley islámica. A eso se añadió la paralización de todos los proyectos dinamizadores del país, resultando evidente que quién pagó el precio más alto por estas mudanzas fue la mujer afgana.

Conocido como Padre de la Patria, otro monarca imprescindible fue Mohammed Zahir Shah, quien en 1964 promulgó una nueva Constitución, convocando elecciones libres y reconociendo significativamente, entre otros derechos civiles, la igualdad entre hombres y mujeres, otorgándoles además el derecho al voto, al trabajo y a la educación, y acabó con la purdah, que recluye y oculta a las mujeres según la Ley islámica, relegando también el burka.

Cuando Afganistán era similar a cualquier otro estado moderno, dotado de todos los avances tecnológicos y sociales; donde las universitarias vestían minifalda, fumaban en la terraza del café tomando un cóctel, iban al cine, al teatro o la ópera, pudiendo ejercer profesiones liberales, un golpe de Estado en 1973, y la posterior invasión por la Unión Soviética en 1979, hundió al país en una guerra civil en la que se alzaron los talibanes proclamando el Emirato Islámico, imponiendo un régimen ultraconservador basado en la ley islámica que devolvió al país a las cavernas, despojando a la mujer de todo derecho, reduciéndolas a siervas y reproductoras. El pájaro que nace en la jaula siempre observa el horizonte con nostalgia, pero es demoledor pensar en esas mujeres con carrera universitaria e independientes, a partir de ahí sometidas al arbitrio del padre, el hermano o el marido, sin poder siquiera leer un libro: embrutecidas a golpes y abusos. Está claro que quien volvió a pagar los platos rotos fue la afgana.

En el 2002, para acabar con su régimen integrista, Estados Unidos y una Fuerza Internacional invaden Afganistán, intentando imponer un nuevo orden en el que la mujer recupera sus derechos de independencia, acceso a la educación, al voto, al trabajo, ocupando incluso puestos de responsabilidad como el de concejal, alcaldesa o ministra. Veinte años después, la Coalición Internacional abandona la nación tras la toma de Kabul por los talibanes, que imponen nuevamente un estado teocrático, y la mujer vuelve a pagar las consecuencias. La verdadera hipocresía está en que todos los países del área, Qatar, Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos, Yemen, la mujer carece de todo derecho al estar sometida a la misa ley islámica, sin que nadie proteste. Ni siquiera la lideresa andalucista Teresa Rodríguez, que tuvo el cuajo de afirmar que en España se odia a la mujer tanto como en Afganistán. De paseo tendría que irse allá y contarlo a la vuelta si diera.

Esta es la crónica aciaga de las distintas ocupaciones de Afganistán, en la que los invasores siempre acaban saliendo con el rabo entre las piernas, al precio de la vida, dignidad e integridad de la mujer. Se atribuye al militar y estadista romano Julio Cesar la locución latina veni vidi vici, léase en castellano “vine, vi y vencí” aunque no queda claro si fue el primero en sentar las bases del veni, vidi, et ego daturam eam-de traducción libre: vine, vi y la cagué-, considerando que, a fin de cuentas, murió cosido a puñaladas antes de que verdaderamente le diera tiempo a disfrutar la victoria, igual que las afganas.

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