Opinión

La verdadera grandeza

El Barón de Coubertin fue el fundador, en 1894, del Comité Olímpico Internacional, encargado de organizar las Juegos Olímpicos Modernos, nacidos a espejo de los desarrollados por los antiguos griegos en la ciudad de Olimpia, entre los siglos VIII y IV a.C. 

Esta competición constituye el mayor evento deportivo multidisciplinar internacional, convocando a atletas de todo el mundo. Desde el origen de los juegos modernos, el evento ha transitado a un campeonato donde los mejores compiten por la victoria cuyo ideario fundamental es la paz. No hay mayor honor para un deportista y el país al que representa, que ser galardonado con los laureles olímpicos, bajo los acordes del himno de la nación ganadora. 

Pero he aquí que no todos los atletas tienen patria, una realidad que se ha puesto de manifiesto en la cita de Río 2016. Eso ha llevado al COI a la creación de un equipo de exiliados guiados con el liderazgo de la keniata de 43 años Tegla Loroupe, formado por participantes de distintos países, compitiendo bajo el pabellón de la  concordia.

Yusra Mardini, de 18 años, 100 metros mariposa, expatriada de Siria a los 14 años, vive exiliada en Alemania luego de sobrevivir al mar salvando a sus compañeros de  naufragio. Yiech Pur Biel de 21 años, 800 metros, originario de Sudán del Sur, junto con sus compatriotas James Chiengjiek, de 29 años, compitiendo en 400 metros, Paulo Lokoro en 1.500 metros, Anjelina Nadai Lohalith, de 21 años y Rosa Lakoyen, de 23, que pugnarán por el podio en 1.500 y 800 metros respectivamente. El sirio Rami Anis, de 25 años, que viajó en manos de traficantes humanos para cruzar desde Alepo hasta Bélgica, en una travesía maldita sobre una lancha inflable, participa en 100 metros libre y 100 mariposa. Yonas Kinde, de 36 años, refugiado de Etiopía que trabaja como taxista en Luxemburgo, compitiendo en Río en la prueba de maratón. Yolande Bukasa Mabika, de 24 años, y Popole Misenga, 28, ambos exiliados después de sufrir en sus carnes las penalidades y represión del régimen político de la República Democrática del Congo, que compiten en la cita  carioca en la modalidad de judo. Procedente de Eritrea para participar en 1.500 metros, Tsegai Tewelde, de 26 años, exiliado en el Reino Unido desde los ocho tras resultar herido por una mina terrestre.

A la lista se suma con bronce olímpico, la iraní Raheleh Asemani, de 27 años, que tras pasar la selección preliminar con el equipo de refugiados se incorporó a la belga en la modalidad de taekwondo. 

Sin minusvalorar para nada al resto de los contendientes y ganadores, los nombres de estos atletas quedarán grabados para siempre en la historia de las olimpiadas, no necesariamente por ostentar el oro, sino por coronar la mayor meta del espíritu olímpico: el esfuerzo, el sacrificio y la solidaridad para alcanzar la victoria, y en su caso, la renuncia para lograr la libertad. 

Todos y cada uno de ellos merecen subir al podio por su gesta ya que, superando las más grandes tragedias y por el mérito de su esfuerzo, enfretándose al horror, la calamidad, al exilio y, en muchas ocasiones también, al rechazo de sus países de destino,  han conquistado un lugar en el mundo.
Sin hogar, bandera ni himno, han hecho brillar la solidaridad alzándose como el mayor paradigma  de la esencia del olimpismo. Loor a estos magnos campeones.

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