Opinión

El vicediós siempre es ateo

Sostener que vivimos en la sociedad de la información no deja de ser una afirmación en muchos aspectos baladí. No porque necesariamente prevalezca la censura -que en función de qué gobierno y contenido, la tentación es una constante-, sino de la yuxtaposición de la distopía del Mundo Feliz de Huxley y 1984 de Orwel. O dicho de otra manera, que pese a que la ciudadanía disfruta de acceso a los medios de comunicación, lo cierto es que las noticias se multicopian en la mayoría de las cabeceras sin variar ni una sola coma, mientras otros hechos trascendentales pasan desapercibidos para la mayoría.

Por si no bastase, tal caudal de rotativas, cadenas y emisoras hace imposible revisar, no ya concienzudamente a tres sino a una con pulcritud, lo que lleva a una de las más dramáticas paradojas de nuestro tiempo, que los dispositivos móviles facilitan mediante el acceso a la red a una cantidad mayor de entretenimiento que de información, inclinando la preferencia del usuario hacia el ocio y la diversión. Es decir, el paradigma de darle al pueblo pan y circo.

Abundando en ello y en medio de un baile de cifras tan desolador como el de los afectados por la pandemia hasta el día anterior de las elecciones autonómicas en Madrid, acabada la convocatoria también se disolvieron las estadísticas, como si ya a nadie le importara o, mejor dicho, no se le pudiera seguir sacando rendimiento a esa información. Así nos distraen con memeces y pérdidas de tiempo, rizando el rizo con tonterías tan grandes como dejar de llamar Patria a la tierra de los antepasados para denominarla con el neologismo Matria, mientras los más enterados se entregan al chascarrillo de viajar en un vehículo de alquiler con conductor, sea taxista, taxisto o taxiste.

Conscientes de que, en tales circunstancias, la mayoría no sobrepasa el titular sin entrar en la injundia del tema, una vez más Pedro Sánchez primó las decisiones políticas sobre las sanitarias al anunciar a bombo y platillo el fin de la mascarilla en lugares públicos, aún a sabiendas de que muchos prescindirían de la distancia de seguridad, además de la cola que traería a tenor de lo que ya sucedía en el Reino Unido. El país semeja una jocosa balsa de aceite en la que pese al cierre de actividades como la hostelería en muchos lugares, sigue vigente prescindir de la mascarilla en espacios públicos, mientras el Gobierno abre la puerta de Baleares a los ingleses, convirtiendo a la vez las playas del Mediterráneo en una carrera de obstáculos para población sanitaria vulnerable.

Pero a la par del intento de poner sobre la mesa una Ley de servicios al Estado por la que los ciudadanos se convierten en esclavos del sistema, las cifras vuelven a disparar el interés. En esta ocasión fijando como víctimas del contagio a un maremagno de jóvenes, aunque con cifras mucho más bajas en ingresos hospitalarios y estancias en UCI, lo que en muchos aspectos evidencia el intento gubernamental de manipular la información buscando fraguar una opinión pública que, desde las urnas, invocando una seguridad hipotética, facilite la instauración de totalitarismos.

En tanto, trabajan contrarreloj para aprobar una Ley de Memoria Democrática -que profundiza en la pedrada pero excluye la menor indemnización a los presuntos perjudicados -, con la pretensión de reescribir una versión de la Historia ad hoc que les permita desbaratar la Constitución para convocar la Constituyente tan ansiada por los antisistema, con el fin de convertir a España en una república bananera ultrasoviética. En una secuencia análoga -catástrofe, desasosiego, mano dura-, llegaron al poder Hitler, Obiang, Erdogan, Mubarak, Buteflica, Putin, Orvan, Chavez y Maduro; Kirschner y Ortega, en Alemania, Guinea, Turquía, Egipto, Argelia, Rusia, Hungría, Venezuela, Argentina y Nicaragua, respectivamente.

En tanto aquí, arrastrando la desmemoria, se olvida al recordar que cuando los nazis fueron a buscar a los comunistas Martin Niemöller nada hizo, ni tampoco cuando tocó el turno de socialdemócratas, sindicalistas o judíos, hasta que vinieron a buscarlo a él y ya no quedaba nadie para protestar.

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