Opinión

¿ARTISTAS Y CULTURA?

Me voy a referir a ciertos artistas que lo son de la interpretación de hacerse pasar por tales cuando de arte nada; de los que bajo el vale todo posmoderno se inventan nuevo arte que no sé a quién complace verdaderamente, pero en apariencia a todos. Y no sólo de plásticos o escultores vive este engaño o moda, sino de teatreros y de todo lo que hay en la viña del cine y televisión, que no placen culturalmente ni a la madre que los parió pero divierten y entretienen y por ello quieren ser tratados como genios de las artes escénicas, o popes culturales. Puros comediantes. El problema de esto es que se ha confundido tanto el valor del arte con su precio que la persuasión del galerista o marchante es más importante que el trazo en el lienzo, o muro (cuando hay valor da igual la superficie si el pincel lo coge alguien que sabe lo que tiene entre manos), y que la transmisión del talento.


Acabo de ver una película de cine que se llama Intocable, siento que el cine español no me guste como el francés y no entro en profundidades cinéfilas que no buceo, donde una escena cuenta maravillosamente tanta mentira instalada en el sistema sobre el verdadero valor del arte, cuando el diletante protagonista le hace picar el anzuelo a un personaje de alto standing con un cuadro pintado a brocha por su ignorante asistente que no tiene ni zorra idea, pero que el otro pica a precio de 12.000? de pura persuasión por el juicio intencionadamente falso del entendido lo que realmente no vale sino para la basura. Es parecido caso al ocurrido en el experimento protagonizado por uno de los músicos más importantes del mundo, el violinista Joshua Bell, interpretando una pieza de las más complejas jamás escritas, de Bach, con un violín de 3,5 millones de dólares, en el metro de Washington, donde después de 45 minutos tocando se habían parado a escucharle tan solo seis personas y solo pudo reunir 32 dólares cuando unos días antes había abarrotado un teatro de Boston con la entrada a 100 dólares. Dos casos de ejemplo contundente de que aquí falla algo, percibiendo como valor lo que el entorno nos indica, bien por publicidad, bien porque la institución de turno subvenciona a uno u otro, bien porque el que no tiene talento puede tener mucha elocuencia y cara para hacer creer que lo tiene.


Pues bien, ambos casos provienen de una falta de juicio crítico y banalización de la cultura, que nos cuenta Vargas Llosa en su último libro publicado en España, 'La civilización del espectáculo', y que se lo recomiendo a todos ustedes porque no tiene desperdicio. Es claro como su prosa. Además, para algunos que somos cierta pero prudentemente críticos con ciertas políticas institucionales que subvencionan lo que sea por el hecho de querer hacer pasar por cultura lo que es simple espectáculo o divertimento (eso sí, interesadamente porque el favor prestado trae consigo su cobro posterior a modo de afecto votado y declaración de amor), leer en un verdadero intelectual coincidente juicio resulta como empujón para no callarse y reivindicar que ¡menos lobos Caperucita!, es decir menos actuaciones banales de todo tipo porque las pague el erario público y al responsable no le cueste de su bolsillo. Y es que vemos cantidad de festivales, Semanas de esto, Quincenas de aquello, Asociaciones ¿cultuqué?, Organizaciones que festejan primera o última piedra del lugar (qué más da si el caso es festejar), bien subvencionados por una mentalidad de populismo cultural que lo que tienen que hacer es cerrar la puerta por fuera y tirar la llave.


No extraña tampoco pues que en este extendido pensamiento actual sean actores, futbolistas, músicos populares, y demás figuras artistas de la sociedad del espectáculo quienes además se conviertan en las voces más autorizadas para opinar sobre cualquier tema social o político, que por supuesto deben poder hacerlo como cualquiera pero que de ahí a que lideren el pensamiento, simplemente por tener algún talento, resulta demasiado pobre y peligroso y propio de demasiado cultifilisteo del momento.


Por cierto, y al hilo de lo anterior, remato con la desafortunada declaración que me pareció la del cantante Sabina al responder a la cuestión de la expropiación de Argentina a una empresa española con formas tan despreciativas hacia lo español como han jaleado sus máximos representantes; pues al progre Sabina, que 'le pone' la empresa pública (pero para los demás pues su empresa es bien privada), banalizó el problema con tan despectiva manera que me ha producido retardada reacción algún porro fumado al son de su canción hace un montón de años, cuando el progre me hacía gracia y no era ningún referente cultural. Me parece a mí que Sabina y todo ande demasiado inflado, como grito de Munch.

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