Opinión

LA BAÑERA

No me voy a referir aquí a la bañera como persona femenina que cuida de los baños, sino a la cosa en sí, a este objeto de distintas formas, rectangulares, asimétricas, angulares, y de diferentes materiales, acrílicas, de acero, hierro o cerámica, que tiene un valor singular como receptáculo de ciertos momentos que resultan casi meditación o rezo. Es tal la intimidad y ensoñación que a veces procura un buen baño, y fuera de contar con Pretty Woman o hidromasaje incluido, que este pequeño pilón se convierte en pizarra para dibujar puntual respuesta a un problema o incluso para diseñar plan de vida inmediato, aunque, la verdad, en el secado inmediato posterior el efecto se diluye hasta acabar con lo que se daba. Pero, mientras estuvo un momento antes, tuvo; y el que tuvo, retuvo. Así pues, sea hoy la bañera el vaho donde escribir su propia influencia.


La bañera, cual cama con colchón de plumas para el mejor sueño, resulta el aseo de lujo para el cuerpo. Porque en ella se le dedica a cada intersticio del mismo un tiempo que solo es posible darse, en aras al equilibrio, en posición horizontal; además, desde la uña del pie hasta sumergirse completamente, cada instante penetra en la piel cual amante en los poros abiertos con su humedad permanente. Cual si fuera un territorio íntimo que proteger, la bañera levanta sus diques para impedir el desborde del agua caliente que sólo el agujero, o compuerta de desagüe que se tapa a voluntad, deja escapar cuando se libera, normalmente al volverse fría e incluso tibia. Cada vez más, supone artículo de lujo en el hogar, pues la comodidad y prisa moderna la ha sustituido por buena ducha, con chorros distintos saliendo de la pared y botones que a algunos nos resultan ingeniería ficción. Artículo único debido, también, a la mayor frecuencia de su canje por la cómoda ducha gerontológica, bien indicada para gente mayor cuyas piernas se levantan cada vez peor con el peso de los años y para los que las paredes que delimitan este recipiente se levantan como barreras que crecen y crecen a cada cumpleaños hasta hacerse infranqueables. Otra razón más para dejarla en desuso está en los litros que necesita, muchos más que los de cualquier aseadora lluvia de plato, y esto, además de ahorro económico, es ahorro ecológico imprescindible en momento de sequía.


Está claro, pues, el porqué de su decadencia en el cuarto de aseo, además del por sí exigente ahorro de espacio en pisos cada vez más pequeños, pero aún así y todo hay algo mágico en ella que a algunos nos sigue seduciendo sobremanera. Por ejemplo, el rato que se pasa en ella con el caduco transistor a pilas encendido mientras alguien nos radia o retransmite partido de fútbol que te hace retroceder a tiempos casi de niñez, donde te ilusionabas el futuro de quiniela, que hoy ya no cuela ni a tiros. Ese momento, de evocación, de vuelta mental a una infancia carente de temores, más allá de algunos banales que siempre te calmaban los amigos de la pandilla o los padres, es un tiempo entrañable donde resucita el inconsciente lo que a él le peta, o se imagina, incluso una novia que jamás existió sino en tierna utopía. La bañera se convierte entonces en una particular pantalla de cine o televisión con moviola, de tal manera que el pensamiento viaja desde el eco de la noticia a un recuerdo pasado que nunca es igual en su reelaboración.


Desde luego, un buen baño es algo superior. Lo malo es que debe haber tiempo suficiente para disfrutarlo, y eso no es fácil. Pero hay momentos particularmente indicados para ello, por lo menos en mi caso, y uno es aquél que proporciona el llegar en viaje de turista al hotel de la ciudad que se visita, y sacudirse el cansancio de transbordos u horas de carretera con el baño en un aseo con precintos de limpio y brillante, y blancas toallas almidonadas y bien dobladas que te sugieren acabar pronto para envolverte en su suavidad. Aquí el tiempo se hace aliado del placer que te sosiega e impide salir a toda prisa como un elefante en cacharrería a la búsqueda de conocimiento de un lugar turístico cual si fuera Santo Grial. También, ese baño de vuelta de un footing dominical, donde las endorfinas hacen cóctel con la fatiga muscular, resulta disfrute extraordinario; ahí, el cuerpo tumbado recibe un masaje de la mano invisible de hidrógeno y oxigeno, que como linimento jabonoso te hace una pompa de vicio. Sin duda, la bañera es casi imprescindible en una casa, si bien es verdad que para disfrutarla con comodidad debe haber otro baño sin ella. Pero es que es tanto lo que da que resulta una pena no poseerla. Y si ya es buena en la salud no digamos en la enfermedad, o después de ella, donde el hecho de despegar suavemente del cuerpo un sudor de fiebre y dolor acumulado, es la repanocha; así que yo con mi bañera, hasta siempre, en la salud y en la enfermedad.

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