Opinión

Cosas de amistad

Podríamos coger google y buscar ‘frases célebres sobre la amistad’ y obtendríamos tanta máxima, reflexión y definición gloriosa sobre este valor vital que agotaríamos la columna con el análisis de la primera que observáramos. No en vano de gentes sabias provienen. Pero aquí no se trata de fardar sino de firmar lo que uno piensa o siente; y sin copiar, ¡coño!, que ya hay demasiado fraude en el ambiente. Sin duda es mejor decir menos y de menor valor que decir más pero mentira, o purito plagio. Así me confieso ante vosotros hermanos que he pecado mucho… de ignorancia supina pero confieso que es la mía, y que con ella escribo quede bien o mal según quien lea.

Dicho lo anterior contaré que el fin de semana pasado disfruté mucho la amistad. Esa que ni se compra ni se vende, ni se tiene que cultivar extraordinariamente porque simplemente se hereda. ¿Cómo? A bote pronto parece un cuento, pero me explico: después de cuarenta y tantos años me encontré de nuevo, tras caer en la misma red facebook, con un chaval que ahora tiene los cincuenta y largos, o sea dos menos que yo. Despedir al niño, como era Pitín cuando marchó a vivir a Madrid con el traslado de su padre José Luis Lobera como ingeniero de San Esteban a otro destino lejos de esta tierra, y encontrarme a un hombre no resultó ningún salto mortal ni de vacío sino una alegre cabriola del nunca es tarde si la dicha es buena. El sentido afecto en nuestro abrazo de reencuentro no se explica desde una relación entre ambos que apenas existió antaño sino de la profunda amistad entre nuestros padres, ambos ya muertos, y que nos transmitieron. Esto acojona un poco de extraordinario, cual dos Cid en estos tiempos nada legendarios; pero más que acojonar es cojonudo, porque la amistad entre ‘otros’ te da algo de ella, y, además de ser tan enorme bien, de manera gratuita. ¡Releche! Pero hay más. A la misma plaza de Malasaña donde quedamos también acudió otro amigo mío citado después y al que le sigo la pista por las pistas de los discos, no en vano sigue haciendo su programa musical de radio ‘Al Paso’ en Onda Madrid (escúchenlo), que no ha perdido todavía su nombre Manolo y con el que pisé ‘la movida’ dentro del mismo metro cuadrado durante años. Si bien es verdad que podría preverse cierta simpatía en la presentación, puesto que uno es músico y líder de grupo funk y el otro periodista especializado en seguir esa actualidad musical, fue un verdadero placer comprobar que solo una calle de domicilios en esa vasta capital los separa, que beben cañas en los mismos locales, escuchan y pinchan y tocan y cantan y viven con parecidas pulsaciones, hasta ahora sin saberlo, desde ahora menos solos dada la simpatía que proyectaron. Solos no es que estén pero muchos amigos, me cuentan, perdidos por el camino, unos por desaparición natural y absoluta, muerte, otros porque no son lo que fueron o no eran lo que son.

Darse un abrazo con alguien que no vemos a menudo porque la distancia en los destinos lo impide es como un chute de buen ánimo que hace sacudirte el polvo del apego hacia otros cuya amistad te da por culo (perdón, quería decir, te da la espalda). Que conste que el perdón lo pido por educación recibida de mi madre pero casi sin sentirlo pues pienso que a veces es preferible perder las formas para no perder la sinceridad; en cualquier caso, mejor fondo sin formas que formas sin fondo, algo que me pone de los nervios de tan hipócrita. Pero también hay que reconocer que incluso hay que estar un pelín agradecidos a éstos que te dan por… la espalda, porque por ellos valoramos más a los otros, y si la distancia es el olvido nunca lo será el espacio entre Ourense y Madrid. ¡EA, pues!, un recuerdo desde aquí, Pitín y Manolo, esperando que os toméis juntos unas cañas a la salud de la amistad, y, si os place, llamar a Ángel Lozano para hacer un trío.

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