Opinión

DE CULTURA

Hay quien afirma que la cultura está viviendo sus peores momentos. No sé muy bien a qué se refiere, pero porque a continuación acentúa su aserto con palabras de recorte, lujo y dinero, me imagino por dónde van los tiros y, por ende, mis respectivas dudas. ¿Se estará refiriendo a peores momentos en la excelencia del gusto por las bellas artes y humanidades?, ¿al conjunto de saberes y creencias? Quizás quepa aquí cierta confusión auspiciada por pedigrí cultural que algunos toman para sí por su pertenencia a determinado grupo o sociedad y crean que fuera de ahí no hay nada o es el cero absoluto. Pero va a ser que no, que hay vida cultural más allá del apellido societario tan rimbombante como anacrónico. El discurso de queja, y mano abierta tendida para que caiga la prebenda, presenta, además, un argumento utilitarista de la cultura como generadora de riqueza y empleo. Claro, como cualquier otra actividad que hace negocio; pero si en algo se distingue la cultura del resto de la industria es porque ella vive también fuera de esta premisa económica, bien por la dicha intrínseca a la sabiduría, bien por dar juego a la sensibilidad artística, bien por cualquier otra fórmula individual que se pueda expresar en este ámbito; esto es lo que hace que la cultura sea un valor importante y lo que permite que pueda crecer tanto en una buhardilla del París Belle Époque como en la tasca ourensana de Tucho. Que cada uno mire para dentro y piense en la fe que profesa a esta forma de excelencia vital, y donde la puede encontrar mejor, si en el libro que lee solitariamente o en compañía del amigo culto que conversa, o por narices en algún acto programado de subvención en otro escenario donde las autoridades políticas cortan cinta y son seducidos para continuar su particular apego a la cultura cerrando así un interesado círculo.


En verdad leer al quejoso que por otro lado sigue recibiendo ayudas públicas importantes igualar un descenso de las subvenciones con un nivel cultural inferior me hace pensar como C.S. Lewis que la vergüenza es muy eficaz para impedir la recta dicha, pero al revés, o sea que la falta de ella es mucho menos eficaz para que nadie consiga la dicha de quererse erigir en estandarte de la cultura, solo por vivir en una atalaya apoyada por la política. Y, desde luego, cultura subvencionada no casa demasiado bien con otro valor fundamental en ella, libertad de pensamiento, y por razones obvias.


Pero sí hablamos de cultura sin dineros públicos recordemos el artículo del Café de Pombo de Gómez de la Serna que nos trajo aquí 'La Historia en cuatro tiempos' de La Región hace escasos días, o veamos la cultura que se hacía en los cafés de Madrid, El Comercial -escenario de novelas de premios Nobel nada menos- o el Gijón de los Umbral u Oroza y tantos otros; pensemos en los cafés parisinos, Les deux Magots de los existencialistas o el Café de Flore tan vivido por Vian; o en el espacio de Viena donde eras sus cafés precisamente donde intercambiaban sus conocimientos los músicos, médicos, literatos, filósofos, artistas, periodistas, ? y todos aquellos que formaron un movimiento cumbre de la cultura universal y a los que nadie les pagaba desde fuera la consumición. Entonces, ¿por qué acusar de demagogos a los que defienden la idea de que la cultura nada por encima de las aguas monetarias del poder? En fin, será que en estos pasados tiempos fraudulentos haya calado más que una alta cultura otra cultura, la cultura de la subvención; y allá cada cual, pero sin pontificar.

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