Opinión

Días de descanso/ocio

La versad es que trabajar como burros, o sea "tanto, (y que cada cual tantee su tanto) hace que un día de descanso se sienta más, de lo lindo y traiga gran satisfacción al que libra de la prisa ciertos momentos, a fin de hacer bien algunas cosas y que el resto del tiempo ni siquiera es posible pensar en hacerlas, simplemente porque en la prisa no cabe demasiado pensamiento y reflexión sino sólo mera acción y movimiento. Así que hoy, día de descanso, este menda tiene más tiempo para sí y mi particular placer de meterme en la bañera con montañas de espuma, cual si fuera un Gulliver de mar casero liliputiense, que preparo a conciencia para un relax completo; desde luego no resulta ningún placer similar al que posiblemente pudiera sentir utilizando la misma preciosa bañera en que se mete Blue Jasmine de película Woody Allen, ni siquiera parecido al que satisfaría como profesional de la comunicación si en ella estuviera la mismísima Cate Blanchett a quien poder hacer de esta manera la entrevista más desnuda e íntima por la que me hiciera pasar a la historia del periodismo; no, no se trata tanto de placeres carnales ni egos profesionales sino más bien del placer de ser consciente del tiempo que tengo para mí; y que, al menos un día a la semana, puedo reemplazar el agua que funciona de prisa y corriendo en ducha despertador por otra agua que hace de la bañera la mejor cama donde tumbarse y dar rienda suelta a la ensoñación, aun estando bien despierto. Dicha sensación en parte es consecuencia de su rareza o escasez, pues la ensoñación continuada normalmente nos expulsa de su consciencia, y ahí fuera, en ese territorio inhóspito del no saber o perder la esencia, deja realmente ya de ser placer. Ser consciente de este tiempo para uno, además, supone tener conciencia de ser libre, pues ya lo interrogaba Sócrates retóricamente cuando: ‘¿Somos esclavos, o disfrutamos del ocio?’

Y del uso o disfrute del ocio de las gentes parece andar preocupado un hombre que trabaja también como un burro, aunque por algún inescrutable motivo que en nada es parecido al del común trabajador del ‘ganarse la vida’; es el señor Slim, o Señor Número Dos más rico del mundo, quien ayer mismo volvió a exponer públicamente su reforma de trabajo para jornadas de once horas diarias tres días a la semana a fin de dejar más días libres para el ocio y poder cultivarse la persona; la teoría de su planteamiento no es coherente con su ejemplo, pues su práctica de trabajo en multiplicar dinero no descansa ni un minuto como para descansar cuatro días a la semana. También cabe pensar en un error de principio a la vista del fenómeno curioso del ocio de muchos jubilados que se sienten ‘orgullosos’ de la vida activa que llevan ahora, mucho más activa que la de antes de dejar sus trabajos, cuestión que me descoloca un poco por pensar en dos únicas posibilidades que lo expliquen: o bien la actividad laboral de antes era poco activa, o bien la inactividad de ahora produce un vacío que choca con el ocio más positivo y punto de vista contemplativo. Desde luego no me lo explico bien, porque, como diría Chesterton, ‘nunca tendré bastante de no hacer nada’, o como observaba Pierre Reverdy ‘necesito tanto tiempo para no hacer nada que no me queda para trabajar’.

La recomendación del señor Slim, ‘menos horas de trabajo y más para ocio’, puede estar bien intencionada pero es desigualmente apetecible según el ocio en que esté pensando: si el ocio que lleva a un progreso intelectual y/o espiritual; si el que puede constituirse en otra negocio o industria para máquinas de hacer dinero como él; o, por supuesto el peor, ese otro ocio forzado precisamente por el desempleo crónico que en parte pueda estar causado por un sistema dinerario donde precisamente ‘Slim: eres el rey, o vice rey’. 

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