Opinión

Emprendimiento

Me emociona cierta sensibilidad política última de reconocimiento al emprendimiento. Me hace sentir bien tanto afecto y preocupación ajena por el colectivo al que pertenezco, o clase socio-laboral y económica en la que me encuentro. Porque me considero un emprendedor, aunque no se lo parezca a alguno de esos que dan cursos, seminarios, clases y talleres, sobre ello; seres sensibles al emprendimiento pese que nunca lo rozaron en la práctica con las yemas de sus dedos. Será que, como me contó el psiquiatra, hay un éxodo hacia lo virtual, que nos confunde realidad con apariencia. Pero sí, me enternece ver desfilar a maestros con alumnos por foros preparados al efecto desde una concejalía de educación cualquiera, pretendiendo inculcar la fe que ellos no tienen, que jamás practicaron, cual si fueran San Pablos laborales predicando virtudes contradictorias a su ejemplo. Hay que ver también a políticos funcionarios hablando de la importancia de abrir las mentes de los pequeños hacia una salida laboral que precisamente no es la suya que pende de colarse en un puesto público al que le recetan nómina, dieta y demás retribución sin tener que emprender nada. Hoy me ha puesto contento observar tanto reconocimiento al colectivo en el que estoy, el de emprendedores, aunque no sé si por narices, o porque no queda otra, o porque existe un singular impulso celular que te lleva por tal camino y no por otro. Estaba cachondo, sí, de pensar en un sincero reconocimiento a nuestro esfuerzo, pero mi realismo trágico, y natural desconfianza hacia los vendedores crece-pelo, me asestó una colleja que me volvió la cara hacia la misma idea en la que surfeo desde hace tiempo, la de pertenecer a una clase trabajadora que podría responder perfectamente al título de ‘Autónomos no asociados pero suficientemente cabreados’. 

Es tal la falta de autocrítica que desarrollan estos programas de orientación escolar hacia el emprendimiento, y en los que vemos pasear al personal, niños y mayores, por un escaparate de colores a fin de tragar bien el producto, que además de querer seducirnos con mentiras pretenden picarnos hasta el agradecimiento debido a un sobreentendido reconocimiento. Porque ellos, funcionarios, técnicos, teóricos económicos, gurús charlatanes, expertos asesores, profesores de enseñanza básica o universitaria, que dan lecciones al respecto, todos ellos pertenecen a otro colectivo, opuesto al emprendimiento en cuanto a perceptor sistemático de emolumentos y salarios provenientes del erario público; todos los especialistas en la teoría del emprendimiento nos están intentando decir a los que emprendimos algo ¡de qué vamos, lo que hacemos!, pese a que ellos no han emprendido nunca nada. Por razones obvias no pueden constituirse en ningún ejemplo para sus alumnos. Eso sí, queda muy bien lo de sacar de las aulas a los estudiantes so pretexto de abrirle los ojos (no precisamente al conocimiento, que a mi modo de ver es lo que se debiera recuperar pronto en la escuela, colegio y universidad), a la forma de crear riqueza tirando hacia adelante emprendiendo algo para buscarse uno la vida. No sé bien si es resultado de cierta ingenuidad, o peor se trata de matar dos pájaros de un tiro, propaganda y contabilidad: son visitas que engordan memorias anuales en tal o cual ente, normalmente innecesario pero creado a fin de colocar ‘próximos’ -que nunca emprenderán nada- debajo de la teta de mamá estado. 

Desde distintos organismos se pretende inocular lo que nace de suyo y es innato al ser humano, cualidad, ni mejor o peor pero de cada cual, y que en todo caso se debe fomentar de la única manera que debiera hacerse desde lo público: aligerando cargas y normativas a la actividad emprendedora; menos impuestos y más ventajas fiscales para aquellos que arriesgan para tirar hacia adelante patrimonio, mucho tiempo y ganas, ‘las mismas ganas’ que lo que no necesitan es que alguien se las quite desde el púlpito público que predica lo contrario de lo que hace.

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