Opinión

FÚTBOL

Domingo, diez y media de la noche. Enciendo el televisor. Hoy no hay película en la primera, solo fútbol. Paso a la segunda, tercera, y demás, haciendo zapping, hasta llegar a la G de televisión gallega. De pronto, ahí, más fútbol, o mejor dicho una resultante del fútbol, la euforia desatada por el resultado de la campaña de un equipo, tras marcador favorable en el último partido: el club Celta de Vigo ascendiendo a primera división. Me detuve un rato en esas imágenes que mostraban Balaídos repleto de gente ondeando bufandas azulonas, que no son bufandas para el verano sino bufandas de pancartas o enseñas, las mismas que en la plaza de Traviesas ondeaban al mismo tiempo otros vecinos de Vigo. Me resultó un bodrio absoluto las ondiñas cantadas por alguien que seguramente es muy buena cantante pero en el centro del campo con el micrófono en mano parecía estar despellejando la canción gallega, porque en lugar de alegre resultaba más taciturna que nunca de pura lenta (por cierto, estas populares ondiñas para mí serán siempre oliñas, pues con oliñas viví inocentes e imberbes borracheras iniciáticas a la vida adulta que después de superadas dejan grabado su para siempre. Será mucha normativa lingüística de presupuesto y negocio, pero, por mucho que insistan, repito, para mí seguirán siendo oliñas). Aguanté un rato largo para ver qué venía después. Minutos de sobra en la televisión pública que no cuesta, perdón, que parece que no cuesta, hasta que llegaron los minutos de gloria de la celebración de los jugadores que esperan en vestuario el protocolo pertinente. Y aparece uno, me refiero a un jugador, vestido de corto con una bandera gallega cogida por las puntas de una estrella que no es propia del país sino de partido político, y me pregunto si no hay nadie del club que lo advierta. Y es que esto de las banderitas a mí ya me la pela. Porque ya estamos dentro de días, sobre todo si los triunfos siguen acompañando, donde veremos a gran parte de la población española agitar la roja y gualda con una pasión que dura lo que dura dura, o dura el juego; incluso veremos con ella al mismo jugador que salió al centro del terreno con la anterior comentada, o a ese otro que lo hizo con la ikurriña, o al de la barretina y demás portadores de estandartes de su pueblo; y es que en esto de los símbolos pasa igual que con los cánticos, que de oliñas veñen al 'soy español, español, español' hasta en la sopa, no hay más distancia que simple semana o actor; no hay mayor rigor.


Pero sigo: aluciné un rato más, hasta el aburrimiento. Porque llegaban los parlamentos de los jugadores, que por el hecho de tocar muy bien sus pelotas quieren tocarnos a algunos las nuestras, diciendo sin decir nada, haciendo gracietas, y uno hasta se acuerda de la crisis económica y de los que no pueden ir al fútbol por padecerla especialmente; noble sentimiento si no casara tan mal con sus chequeras amplias y más aún en presupuestos de primera. No importa, todo se aplaude, todo es alegría, porque se ha conseguido subir a la primera categoría. Ya no hay paro que indigeste la fiesta ni pobreza suficiente que indigeste ningún estomago; únicamente nos puede restar algo un agorero refrán chino que dice que quien tiene estomago fuerte no tiene cabeza.


Así nos ponemos borrachitos de alegría, sin siquiera pensar en levantarse mañana a trabajar, sin pensar en que a dios rogando pero con el mazo dando, o sin pensar en que con nuestras bendiciones por los triunfos deportivos nos seguimos endeudando cada día más; porque ¿de cuánto es la deuda acumulada del mundo del fútbol con Hacienda y la Seguridad Social?, yo ya no la sostengo de lo gorda que está. ¿Pero será que somos ricos de verdad pero Europa y el mundo todavía no se ha enterado?, pues enlazando con el Europeo de fútbol donde España es una de las favoritas al triunfo, ¡para gloria de la nación!, las primas respectivas que la Federación de fútbol soltará en tal caso serán de 300.000 euros a cada jugador, cual si en vez de futbolistas se tratara de levantadores de ánimo nacional (hasta Rajoy lo cree) como si nuestra depresión colectiva tuviera cura rodando un balón. En todo caso, si la medicina estrella que nos están prescribiendo estos días al país es la austeridad, mal ejemplo éste de coherencia; y es que no hay tu tía, seguimos con las mismas mentes dirigentes enfermas.


Pero es fútbol, amigos, un fenómeno social y psicológico que llega hasta el beneficio en los enfermos de cáncer según estudio de investigadores sobre su impacto en la mejora de los síntomas físicos y emocionales en estos enfermos en cuidados paliativos; porque, según el informe, ver fútbol hace que mejore la depresión específica de este padecimiento al fomentar el contacto directo con familiares y amigos. Ahora ya no ¡manda carallo!, sino, me callo.

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