Opinión

La grúa

Paseaba un domingo por la playa oteando el horizonte, de arena por un lado y agua por otro, hasta que de pronto apareció ella, allá a lo lejos, en un tercer lado para la vista, alta y sola como la luna.
Era una grúa, o bella escultura de hierro. Aún recuerdo tiempos donde a cada paso una, grupos de ellas reunidas
como familias numerosas de la economía más próspera y mentireira que jamás hayamos conocido, creciendo como plantas levantadas por mor de ciertos polinizadores singulares, léanse banqueros malos y promotores peores, fundamentalmente, que no dejaban de ponernos a la vista sus logros o tercer lado de mi paisaje de ahora, bien poblado de piedra y ladrillo.

Durante un ancho ciclo de tiempo pudimos ver estas torres de hierro saludando nuestra pequeñez como cristos de Corcobado, con sus brazos en cruz, todo poder. Nuevos quijotes las intuían como mal de altura y vislumbraban ya la puñetera burbuja que acabaría explotando algún día en nuestras narices sanchopanzistas. Después vino la nariz rota y la ausencia de ellas hasta ese domingo pasado en que reapareció la grúa como una visión que se levantaba sobre un oasis, o guía y esperanza para la polinización del curro global en nuevo suelo económico más fértil y verdadero.

Pero mi gozo en un pozo, la grúa no era ningún Cid victorioso ante la fatal falta de actividad en el sector de la construcción, pues simplemente desapareció de la vista, y además dejando una parabólica sensación de amargura por el saber posteriormente que la grúa estaba levantada por iniciativa pública o Centro de Salud necesario, no como indicio
de ninguna regeneración económica y fuente de riqueza.

Mi grúa espejo se volatilizó. Como así también, y desgraciadamente, pueden volatilizarse los datos económicos de mi país que nos vende el gobierno como un triunfo consolidado, similar a la grúa percibida aquel domingo de playa. Son tales las ganas de vernos salir del agujero de la deprimente crisis que cierta eclosión de contratos laborales se vende
como sólida herramienta o grúa que vaya a levantar la economía entera. Yo siento un escepticismo propio de haber picado ya en el espejismo del oasis anterior, por lo que no me creo nada, o, peor aún, me creo que seguimos
sin hacer deberes mínimos necesarios para esperar otro tipo de crecimiento riguroso, sensato, sostenible y duradero.

Y es que no se ha tocado mínimamente la estructura administrativa del país, cada día más pesada y con mayor lastre, ni tan siquiera se ha comenzado a discutir cómo reducirla pese a que es insoportable; nadie sensato y sin intereses particulares puede defender tantos niveles de administración como los actuales: europeo, estatal, autonómico, provincial y municipal, con la propina de organismos paralelos y un Senado tan grande como el mayor insulto que representa para los administrados ser retiro dorado de los defenestrados políticos por deméritos propios (hay incluso autonomías con una sola provincia donde se confunden competencias entre el Charlamento autonómico o Diputación correspondiente;
incluso hay municipios separados por una simple pared de edificio que no se fusionan como si la administración aún se hiciera en distancias a caballo del dieciocho, por lo que aberrantemente hay más de ocho mil en España). Si a esto añadimos déficit estatal, deuda pública y privada ascendente, fondo de reserva de la seguridad social agotándose, gasto público desatado, déficit autonómico, etc., que venga el gruista más guapo a ver si me hace ver el solar patrio menos triste y solo que Fonseca. Menos mal que ha llegado entretanto un aviso del FMI advirtiendo sobre el caso, pues ya
empezaba a dudar si mi continuada crítica al poder es puro vicio personal. Ojalá lo fuera pero…, pasen y vean.

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