Opinión

EL HÉROE DE LOS CABLES, FUNDIDO

La verdad es que me cogió fuera de juego el tema de la recuperación del Códice y el pillado pillo ladrón, Manolo el Cepillador, que se cepillaba los cepillos de propinas limpiándolos del polvo acumulado en el camino de Santiago por los muchos peregrinos que lo dejaban en forma de limosna. El tema, insisto que visto desde la distancia de muchos datos, me acabó resultando un tanto cómico, al menos lo suficiente como para llevarle la contra a Anselmo de Andrade que consideraba a la ciudad compostelana la más triste de toda España. Cómico, porque todos esperábamos, sospechábamos, desconfiábamos de algún grupo organizado, alguna trama de tipo masónico e internacional encargada de sustraer a Santiago, Galicia, España, Europa, de su alma, riqueza patrimonial o idea fundacional; incluso cabía pensar en la mafia que trafica con lo que le cae en gracia, o gracia del dinero, entre lo que se cuentan objetos de gran valor y demás 'cosillas', como este propio libro tan antiguo como el siglo XII, que bien colocadas en el mercado forran más que bien a la casta de un mayor mangui y blanco. Pero, nada de nada, ni de lo anterior ni de propios asaltadores de mucha monta o poca, ni de Boorne ni Bond, ni de ningún chorizo fichado y refichado por la pasma tras 588 veces detenido por robo, sino, simple y llanamente, un Manolo, como un Manolo del bombo pero aquí del cable eléctrico; él solito, Manolo, o en compañía de su familia (extremo que ya se verá) pudo con toda la movida en torno a esta pieza. Una decepción.


También me parece de coña que tan importante libro (libro que ¡hace Europa! según algún ¡exageraoooooooooo!, al que sin duda le han preparado un discurso no venido a cuento pero sí a propósito político que es el particular cuento de los políticos) lo hubiera mangado un 'sin antecedentes' Manolo, y para mayor 'sin', un 'sin' mayor herramienta tecnológica ni laser taladrador que vulgar mochila o bolsa de compra Carrefour donde sacarlo escondido por el pórtico de la Gloria como glorioso campeón. Y más coña me parece que estuviera guardado en un garaje privado, sin temperatura ambiente ni humedad controlada por ningún bibliotecario archivero obsesionado en la conservación, al lado de una lata de aceite o de cualquier otro utensilio que la gente aparca junto al coche para que no moleste en casa. Pero, ¿qué es esto, Manolo?, ¿no comprendes que así no puede erigirse ninguna leyenda con fuerza para que algún otro discurso político futuro pueda vender mayor valor que el suyo intrínseco?; ¡qué menos que guardarlo en una caja fuerte secreta dentro del armario del dormitorio! Mira que si, además, a cualquier golfillo mimético de la teoría de las ventanas rotas (en Fíos) le da por prender fuego a los cachivaches cualesquiera del garaje ajeno y arde el Códice, pues arde Troya y arde carallo, hubiera sido una negligencia imperdonable.


Manolo, mi antihéroe, según he leído en algún sitio, arguye razones de venganza laboral por despido improcedente de un empleo que venía cumpliendo religiosamente desde hacía años. A él, hombre de confianza para entrar y salir de la catedral como Pedro por su casa, le quitaron por un quítame aquí un empleo también la confianza en el clero y su justicia humana, provocándole, al parecer, una reacción alérgica que sólo pudo aliviar atacando donde más duele al rival; y no hablo sólo de sustraer un libro de tanto valor como el Códice sino más bien del ridículo de habérselo dejado robar tan fácilmente por falta de mínimas medidas. Pero la rabia de Manolo no se justifica por ningún despido como el que actualmente sufre tanta gente a la que no le da por robar, sino más bien en la pérdida que conllevaba el mismo, la pérdida de la mucha pasta que ganaba en el curro, que además de mucha era negra, de esa que no paga impuesto. Así cualquiera se encoleriza, faltaría más, cómo para no comprender su disgusto y revancha. Pero demasiada ambición y codicia revienta cualquier negocio y a Manolo lo ha dejado su acción en una situación incómoda, sobre todo por las rejas.


Pero a falta de héroe canalla y burlón que asalta a los de la pasta para repartirla mejor, así como llanero justiciero moderno que saca de la fastuosa catedral para meter en la iglesia rural sin siquiera ya campana, llegan otros héroes para hacer entrega oficial del libro ante los medios de comunicación y mundo entero: nada menos que es el presidente del gobierno, con su propia historia de garaje a cuestas ¿recuerdan su pegada de vuelta en los pasillos del Congreso ante los medios de comunicación porque ahí no era momento de fiesta?, es quien hace entrega al arzobispo lo que otros habían descubierto. No me digan que no tiene algo de cómica la cosa, a no ser que sea gran mérito sostener en las manos un rato el libro que pesa lo que pesa, así tanto como Europa. De coña.

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