Opinión

INDÍGNATE

Demasiado titular y poca chicha o limoná. Demasiado aniversario para tan poca realidad. Por mucho que digan algunos que el 15M es la releche, ya desde el 'segundo' momento cualquier posible leche a secas fue cortada por confusa reivindicación y nula organización. Porque no solo de red social e internet vive una historia (que se lo pregunten a Nicholas Carr) sino que para hacer crecer algo verdadero ese algo tiene que contar con propia hormona de crecimiento, y aquí poca, o la que tuvo en su nebuloso inicio se esfumó con tanto advenedizo anti sistema violento que cuando ve el río revuelto de cualquier protesta sale de pesca rápidamente.


Lo que hizo diferente al 15M ese mismo día 15, o inmediatamente siguientes, de cualquier otra protesta política, fue su carácter no militante de cualquier sigla conocida de izquierda o derecha; fue su carácter independiente y pacifista, donde el diálogo y la palabra, tanto verbal como gestual, reivindicaba la dignidad del ser humano, mayor justicia y menos gigantescas diferencias sociales, lo que nos atrajo. El método que lo distinguió en principio fue la espontaneidad de la reunión en plazas públicas y a determinadas horas, horas en que cualquiera pudiera estar por compatibilidad con sus obligaciones particulares, de estudio o laborales, pero ahí ya la cagó el afán de muchos que quieren conquistar la luna en el primer avión de papel que la papiroflexia le enseña, y, entonces, ¡hala! a acampar permanentemente, día y noche, sin que importe el vecino del comercio o la señora enferma en la habitación de cualquier primero de casa que rodea a la plaza, y vengan entonces los amigos marginales por cuenta ajena o desgracia propia que el resto del año no importan a nadie pero aquí 'conquistan' los corazones más progres al hacer de centinelas durmientes bajo los techos de plástico, y venga el enfrentamiento de la base. Lástima que la ocupación de unos supusiera vacío de otros, y ahí ya un freno al movimiento.


Motivos tenemos de sobra para indignarnos, sobre todo aquellos que parecemos estar de sobra por nuestras faltas, no morales sino de dinero, fama o poder, nueva trinidad de religión Super bienestar, superficial y malévola que engancha cual droga o sexo y nos precipita por despeñadero. Pero sobre todo a unos, en general a todos, debe importar la dignidad humana, porque nadie puede escapar de la realidad de los demás, nadie puede vivir al margen de la desgracia general, y si alguien lo hace es por pura ignorancia de no haberse enterado todavía que su carne y hueso puede recibir en cualquier momento cualquier paliza de la vida, un revés oncológico o de desamor que lo tire a los pies de los mismos caballos de la amargura o tristeza. Sí, motivos hay de sobra para indignarnos cada día, y muchos de ellos provocados por quienes precisamente deben marcarnos el paso, políticos que caen día sí y día también en la escandalosa corrupción, pero, ¡ojo!, también motivos para indignarnos con nosotros mismos. Porque muchas veces despotricamos contra todo lo público y ganador desde un punto de vista social y económico, que no humano, sin pensar íntimamente si lo hacemos únicamente porque no estamos dentro de ese activo o haber, ese campo o estatus. Recuerdo, por ejemplo, a algún manifestante del 15M de sus inicios, en la Plaza mayor y fuera de ella (aquí hay otro error conceptual por suponer que las personas solo son si son con otras, o sea, en la manifestación pública), que se manifestaba con cierta contundencia y voz en alto hacia el compromiso de rechazo absoluto al orden económico social imperante de multinacionales, banca, gobiernos o Administración; pues bien, éste mismo, al igual que otro que preparaba oposiciones, unos meses después formaba parte del ejército laboral de una de estas compañías multinacionales mediante contrato temporal; ya no estaba en la reunión de sus manos con otras agitando las muñecas hacia arriba en la oración del aplauso al aire sino estaba al servicio de lo que precisamente tanto atacó. ¿Qué quiere esto decir? Pues fácil, que todo está muy mal cuando nosotros lo estamos pero cuando nosotros podemos estar un poco bien ya no importa el que los otros sigan tan mal, ni siquiera importa que esté peor lo que a nosotros nos hace estar algo mejor. Y ahí el fallo del 15M, que no se planteó la falta de coherencia de tanto yo individual. Además de que llegaran los carroñeros profesionales con su ventaja protagonista de práctica mitinera para acaparar la atención del resto e ir haciéndose dueños de la situación, hasta conseguir desubicarla.


Ahora bien, siempre nos quedará otro movimiento alternativo de revolución individual, un ¡indígnate! personal, asociado a un compromiso propio de renuncia a ser tan golfo como aquel a quien se le llama así; sin prensa, ni siglas o conmemoraciones, sino por convencimiento de que no hay otro camino mejor para cambiar esto, o sea, por moral.

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