Opinión

Menos mal que se acabó

Me espanta esta fiesta impostada e importada de Yankilandia. Menos mal que se acabó. Desde luego, a mí no me va. Tal vez sea un tipo raro pero cada día me va menos, acaso porque cada día es mayor, o la entiendo peor; y es que parece que la vida vaya de ello, de fiesta y más fiesta, de mascarada en mascarada, si nos atenemos a los esfuerzos de los responsables políticos en proyectarlas como hitos culturales -¿qué es cultura?- aunque en casa vayamos de cráneo y cuesta abajo. Venga más presupuestos y pasta del contribuyente para gastarla en risas muecas de los más festeiros.

Donde otros se divierten, aparentemente inmensa mayoría pero minoría frente a la inmensa del silencio o escondida solitariamente, yo me aburro tremendamente; a no ser, claro, que me tome un par de cubatas, o tres vinos rioja fuerte, como muchos boxeadores con sus hígados, pero ahí el mérito ya no es de la fiesta en sí sino del líquido embriagador. Me hastía ver a tanto nuevo amigo de lo feo y de la horrenda estética hallowendiense, por no centrarme en los que no solo se conforman con asustarse ellos mismos sino tratan de asustar al prójimo, quiera o no quiera y/o deba o no deba serlo por saludable asunto de corazón trémulo, bailando al son de una danza macabra que incluso llega a ese punto enrevesado de adorar al diablo. Menuda propuesta idiota venerar al más malo.

No, lo mío no tiene nada que ver con la protesta de cierta iglesia por apreciar desvío demoníaco en esta fiesta, pues me importa un bledo esa parte cínica y enseñante de ella que comete injusticias lupicinias de muy señor mío o señora confesión; no, la cosa aquí no tiene que ver tanto con ofender a dios sino a nosotros mismos, pues siempre me gustó la belleza, ni les cuento en su forma más femenina; pero me pone bien una puesta de sol, o bien una simple calle en buen estado para pasearla. Por cierto, un inciso: porque no me voy a resistir a dejar de martillear la opinión publicada en su artículo del viernes por el amigo Alfonso Monxardín –te leo- sobre peatonalizar Cardenal Quevedo además de Samuel Eiján; y si no con martillo pilón valga pequeño martillo de clavar cuadros en paredes urbanas con paisajes que nos hagan la vida más confortable y/o alegre; así, en el caso de la calle Cardenal Quevedo, que conozco bien por pisarla a diario cuatro veces como mínimo, bastaría con hacerla semi peatonal, ampliando aceras y dejando sólo el tránsito de los vehículos, necesariamente lento al toparse con un rojo semafórico contra la avenida más rápida de Ourense evacuando tráfico, o avenida de la Habana. ¡Qué maravilla podría ser contar con bancos donde reposar la gente mayor en su recorrido hacia el centro, con espacios donde poder detenerse la gente para charlar un rato, con terrazas serenas y tranquilas que dejan franco el paso peatonal, y que corra el aire contra el ruido en general! Que sí, que si la ORA tiene un precio la salud urbana lo tiene mayor y, además, se compensa la falta de equilibrio entre esas dos calles madres de comercio y/o zona antigua con el resto residente de la misma familia que parecen ciertamente cenicientas contribuyentes de las reinas del cortijo. Así que sí, Alfonso, busquemos la manera de ganarle la partida a los coches y disfrutar del terreno.

¡Coño con el inciso!, si me apuro lo convierto en eje del artículo, pero así son los temas, locas ideas sueltas de la cabeza que te traen y llevan por la calle de lo imprevisible. Y mejor porque si no también me aburro a mí mismo. Decía lo de lo de la fiesta de Halloween, que están imponiendo como re-tradición céltico-americana a costa de querer matar más a los muertos o difuntos, que me aburre tremendamente por mucho truco o trato que le echen al asunto. Menos mal que llega ya el San Martiño, ese del disfrutar en el monte con los amigos tomando castañas y con la guitarra a la espalda como hoy mismo vi a Jose Parente, que no cogiendo castañas y embarazados no deseados, y que no mira al mismo político que quiere pintarse de protagonismo pero no pinta cara ni pinta nada.

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