Opinión

Nostalgia cachonda

Qué curioso!, manejando lo moderna tecnología de una Tablet (cosa plana y pequeña que se enciende para dar a luz toda clase de contenido virtual que pueda uno imaginarse) retrocedí al pasado, cual si fuera viajero de particular túnel del tiempo, cubriendo de nostalgia mí tarde dominical. Fue al buscar un vídeo de jazz en youtube cuando me topé con Galileo Galilei, y no me refiero al renacentista personaje padre de la física sino a la mítica sala de conciertos del Madrid ‘de nuestra era juvenil’, el de Enrique Urquijo o Antonio Vega haciendo marcar el paso a una post ‘juventud baila’ de compañero Fradejas, que nos llamaba más la atención por sus atuendos y abrigos hasta los pies que por presentar el programa de moda en televisión española, entonces única y grande. Eran tiempos de novísima Facultad de periodismo, corría el año 1975, donde los gallegos (así nos llamaban a dos amigos, curiosamente, cual si fuéramos lobby en lugar de únicamente un par de simples hambrientos emocionales) nos habíamos hecho fuertes en el bar a fin de descubrir otra teoría de la comunicación que no se aprendía escuchando en las aulas la Teoría de la Información de Ángel Benito (ni a Alejandro Muñoz o Beneytez, por muy buenos profesores que fueran) sino admirando a las Paca Gabaldón de turno y sus redondos movimientos expresivos. En aquel edificio gris cemento y a pesar de más gris acojonador que entró alguna vez incluso a caballo, que yo recuerde, experimenté la mayor sensación de libertad que jamás volví a sentir igual; ¡ignorante de mí!; quizás por estar en edad de juvenil despreocupación por lo que haya de venir, o intensidad por lo que había que vivir, cuestiones siempre alegres pero que posteriormente pasan factura, porque nada es gratis y abuso con defecto se paga, no hay tu tía sin sobrina, o no hay bien sin mal, salud sin enfermedad, etc, etc... ¡Vaya si cobra factura la voluntad excedida!: en ocasiones hasta con intereses abusivos, de ahí que uno se vaya cerrando en torno a sí a medida que pasa el tiempo y sobre todo si lo pierde. A pesar de ello ¡cuidado con quien no haya experimentado en su día tal despreocupación! pues tenderá a hacerlo extemporáneamente, o sea, ¡fuera de juego!, y aún es peor. Pero, como simple ejemplo de lo que significa vivir al día exprimiendo cada segundo cual si no viniera otro a continuación, y de su colleja respectiva que contrarresta cualquier euforia desmedida, recuerdo anécdota del ósculo de una Molina en toda mi mejilla que al mismo tiempo distrajo mi atención en la conducción del ‘dos caballos’ que llevaba, y ¡hala!, la consecuencia un pequeño golpe contra el vehículo de delante detenido ante el semáforo; así, de esta manera, un segundo de contacto humano iluso se convierte en beso traidor. Mala pata, o pata mala por no meterse a tiempo en el freno.

Volviendo a los músicos cuyos cuerpos llevan criando malvas varios años y resucitados por la cibernética memoria externa, fue verlos en mí aparato y dar la vuelta al tiempo en un tiovivo mental que todavía me marea de purísimo encanto. Ver después a Garfunkel y Paul Simon en el Central Park cantando los sonidos del silencio resultó también como si me gritaran en los oídos aquellos momentos pasados cual si fueran presente, y es que cuando se empeña la mente en hacernos trampas hasta nos puede hacer creer que aquel ayer sea el mismo que hoy. Desde luego, este ir y venir por ciertas imágenes de la pantalla digital es como resucitar muertos que solo manteníamos en lapidaria inscripción. Pero con estos recuerdos buenos me llegan determinados ¡uf! que dejaré para el próximo domingo, porque también hay nostalgias no cachondas.

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