Opinión

Percepciones

Dos detalles de calle


El uno, vespertino, en la calle San Miguel, con hombre alborotador y follonero que era esposado por una patrulla de la Policía Nacional. Que no podían meterlo en el coche policía por no se qué problema tenía con la apertura de sus puertas traseras (increíble, pero cierto). Que mientras el refuerzo no llegaba, el detenido tendido en la calle mojada, chillaba y reclamaba a los transeúntes en la escena que intercediéramos, por el daño de las esposas en sus muñecas; como si estuvieran destinadas a placer. Que pasaron diez minutos hasta que el metomentodo que me hierve la sangre en ciertas situaciones me llevó a acercarme al detenido tumbado en decúbito prono y con la rodilla del policía encima de su espalda para decirle que era peor que siguiera resistiéndose, pues cuanto antes fuera a comisaría, antes fuera las esposas y la llamada a un abogado que lo defendiera pertinentemente. Que tal vez el policía no entendió mi intención y ordenó que me fuera, continuando la patética escena al menos hasta que me fui de allí con Abella, dejando a Milucho y demás, oyendo al tipo chillar y reclamar por los Derechos Humanos, al tiempo que se seguía resistiendo y llamando hijo de puta al policía. Si no fuera de pena, ¡esperpéntico! El otro detalle no es violento sino harto curioso. Bordando la una del mediodía, en el Parque a la altura del cruce con Santo Domingo y Bedoya, una mujer sentada al volante de un Volkswagen escarabajo negro se detuvo en plena calle con el semáforo en verde para saludar a otra mujer, peatón, que iba con un carrito de bebé. Un largo saludo a través de la ventanilla, que se hizo excesivo, me impulsó a tocar el claxon una sola vez para anunciarle que estábamos detrás otros vehículos esperando, pero hete ahí que no se inmutó y siguió quieto el coche sin hacer otro caso que a la mujer peatón que se estaba acercando para enseñarle al churumbel. Y ahí ya no, (Job, ya lo dijo Rajoy, era único), como el claxon no bastó salió una voz grave por la ventanilla para reclamar mayor consideración a los demás. Y así, sí; así reaccionó emprendiendo la marcha.


San Martiño


No es fácil recordar si ya se contó algo, o no, pues el papel en blanco a rellenar para otros resulta un tira afloja del pensamiento a la búsqueda de un interés lector que enfrenta la actualidad con el pasado, realidad y ficción, hechos con sueños, combinaciones y mixtura de impresiones a través de un caleidoscopio de mente que tira hasta las percepciones que uno no recuerda si contó ya, o no. Tal vez, cuando me repita, o repita demasiado, me lo anuncie el editor, cariñosamente con una nueva versión mariana (de Larra) ¡vuelve cuando recargues tus pilas y seas más original! O no, tal vez me equivoque, y, si es, no importe demasiado que los demás tengan más memoria que uno, porque somos río, distintos ayer a hoy. En cualquier caso, y como quiera que me encuadro en la categoría de Jean Baptiste, de Camus, de los que prefieren no tener nada que ocultar antes que verse obligados a mentir, si me repito es fácil deducir que no me oculto doblemente. Por tanto, tiro de recuerdo para celebrar singularmente el festivo 11 de noviembre, aparte de por el santo patrono ourensano, por trillizo nacimiento (esposa, hijo y yo mismo), pues aprovechando este festivo local -hace un tiempo- para ir a otro lugar, el coche que conducía se me fue de las manos hasta la cuneta de carril contrario; la tragedia no ocurrió al no circular en ese momento ningún coche o camión enfrente, pues no creo que lo estuviese contando ahora. Desde entonces casi prefiero no aprovechar este día sino para hacerlo dominguero, o ver asar castañas a todo quisqui por aquí, cerca, aunque este 11 de noviembre fue algo distinto. Acudí al Galileo, no a comer ni beber (la hora y la carretera no eran los mejores factores para ello), sino para asistir a la presentación del nuevo libro del inquieto restaurador Flavio Morganti, con la castaña, producto emblemático de Ourense, de protagonista. Fui al encuentro de saber si además de asada, hervida, cruda, ablandada con leche como la come la querida Elisa Tejada, hay muchas más maneras de mezclar el fruto. Seguro que sí, al menos en la imaginación del cocinero autor.



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