Opinión

¿Puedo alegrarme?

Que no se lo tomen a la tremenda los más sensibles seguidores del deporte rey que hayan podido sufrir por la vergonzosa eliminación española del mundial, porque sinceramente lo siento por ellos; pero siento más respeto a la verdad y por ello manifiesto mi sentimiento al respecto, de alegría porque los chicos de la selección española de fútbol se vuelvan a casa antes de lo previsto. ¡Que se traen cada uno consigo ciento cincuenta mil eurazos del ala y que me fastidie!, pues claro que me fastidia tanto provecho para ellos pero al menos nunca serán los setecientos veinte mil que les soltarían si ganaban el campeonato. Inmoral política de cifras. Y es que en el mundo del fútbol se habla de miles de euros sin ningún tipo de cortapisa y pudor hacia el resto de los mortales (ni desde este mismo resto, lo que resulta más grave), cual si hubiera dos ciencias matemáticas paralelas donde a los que pegan bien al balón se les pegaran dos ceros económicos a la derecha de todo lo que tocan, por mor de pegada o derecho de piernada. Si ustedes echan cuentas de la suma total que saldría de multiplicar la cantidad pactada por ‘dos pies’ en caso de ganar el mundial por los veintitantos pares que resulta de nuestra selección sale tal cantidad que si no les provoca arcadas en estos tiempos de carencias es que ya están inmunizados contra toda falta de lógica y perspectiva solidaria (claro que toda la corrupción instalada en el ámbito político y social ya ha hecho gran trabajo de mentalización como para comernos cualquier sinrazón sin ningún tipo de molestia en el estómago). Menos mal que a algunos la circunstancia de la derrota nos ha dado un respiro de pasión colectiva, además de pequeña alegría por librarnos de la clásica euforia generalizada que conlleva cualquier victoria balompédica y que aplaude la oratoria de sus ídolos con el micrófono en las manos cual si fueran Sócrates pese a que no rematen las palabras como rematan de cabeza; y si para no sentir la horrible carga del Tiempo y poder vivir hay que emborracharse, que diría Baudelaire, yo elijo cuando hacerlo y con vino antes que fútbol.

Al hilo del acontecimiento, me produjo tufillo los Felipe González de turno queriendo mostrar su grandeza al manifestar que ‘ahora están más que nunca con la selección’, o esas otras declaraciones de otros que dicen que estos jugadores ‘nos han dado tanto que les debemos mucho como para criticarlos’. Le deberán ellos, que el menda ni de coñas; además, cuando ganan, ganan enormes cantidades de pasta, y cuando pierden (aunque menos, lógicamente) siguen ganando una barbaridad, como para decir que llueve después de tanta meada. En este sinsentido global del fútbol, salen también las casas patrocinadoras al paso porque no quieren salir derrotados al mismo tiempo que la española que aman y piden se rebajen sus aportaciones, como si el caso fuera ganar siempre pese a que debieran saber que en el juego existe esa otra parte necesaria que resulta el perder.

Desde luego, siento que existe una falta colectiva de pudor al asumir ya el fútbol como una suerte de opio del pueblo que ahora además se recrea entre amapolas. No hay quien se rebele ante esta forma, denostada en tiempos de Franco, de utilizar este deporte para distraer la atención de la gente de aquello que podía merecer la pena más plena y combativa. Hoy es todavía peor, pues esta sobredosis de opio para el pueblo resulta hasta ensalzada abiertamente por su rol anestésico de la ira y frustración. Incluso algunos críticos feroces de entonces ahora se han dejado llevar por su cuerpo cansado del trascurso del tiempo que pide comodidad de butacón e imagen nítida de última generación y reniegan de aquella lucha, porque, al fin, nada va a cambiar.

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