Opinión

Quiero ser hippie

Sí, ya sé que ha pasado su época, que no se lleva lo de cintas en el pelo ni flores en la cabeza, a no ser en disfraces para una fiesta; sí, me temo que hemos harto sobrepasado la era del hippismo e incluso post hippismo de mis quince años, y que es difícil resurja su filosofía frente al peso actual de la política, habida cuenta sobre todo que ya es muy vieja esa oposición de fondo entre filosofía y política; recordemos, como no, el caso anterior a cristo de Catón proponiendo en el senado romano que se expulsara a todos los filósofos de la ciudad, temeroso de que la juventud buscara en el estudio una gloria que solo debía adquirir por el valor y la habilidad política. Tampoco es que quiera ser hippie de los sesenta a mis casi sesenta tacos, pues por mor de edad, familia y deseo no estoy para liberalidades sexuales, ni tampoco me apetece la comuna más allá de una relativa convivencia en jardín epicúreo donde compartir conversación, huerta y amistad, pero cada uno con su parienta a la habitación propia. Sin embargo, no por ello puedo dejar de sentir hoy cierto anhelo por ser hippie, cuando suena en mi imaginación la música de Neil Young que me transporta a aquel pasado que se hace más real que ningún presente imaginado. Será que las flores del jardín se hacen más necesarias que nunca para esta realidad que barrunta pose, apariencia y respuestas sin preguntas. Será que, como pensaba Darwin, la imaginación es instrumento de supervivencia, y cada uno con la suya trata de aguantar el tipo ante los escollos continuos que se presentan para sobrevivir, haciendo frente así al despótico realismo con causas naturales como la enfermedad o el dolor, o por también naturales de gobernantes que alcanzan la gloria con cargo y peculio jamás soñado que los impele a animar a otra gente a meterse en política ‘porque se puede llegar’, cual si el ejercicio de esta ciencia fuese más carrera de colocación laboral que vocación por administrar mejor los asuntos públicos de la comunidad. ‘Imaginamos para existir’, para que no nos aplaste el peso plúmbeo de la realidad, por lo que no nos debe importar que el célebre y divertido movimiento de los sesenta fracasara entonces como para no volverlo a intentar, tal como nos sugiere Beckett con su ‘fracasa mejor’, o sea, dándonos cuenta donde se ha fallado para poder corregir las principales causas de ese fracaso.

Siguiendo a los sabios, ‘fortis imaginatio generat casum’ (una fuerte imaginación genera el acontecimiento), mi imaginación de hoy me lleva al neo-post- hippismo de mañana mientras sigue sonando Harvest de Neil Young; pienso que si mi imaginación es fuerte puede que acontezcan tiempos donde la crispación se vuelva humo con buena ‘maría’ o buena consciencia del comportamiento tantas veces imbécil en nuestra cotidianeidad, donde en lugar de practicar el amor como fuente de vida hacemos lo contrario abriendo manantiales de amargura.

Lo repito: ¡sí quiero!, ¡sí, quiero ser hippie, pero...!; pero como dice un amigo mío que también lo quiere, primero tenemos que hacernos millonarios para serlo, cosa que veo harto difícil, precisamente por nuestra cercanía mayor a la filosofía que a la política. Eso sí, nos queda una alternativa para allegarnos al movimiento hippie sin ser millonarios, que es hacernos senadores para vivir como dios sin dar un palo al agua, aunque más que en hippies ya seríamos políticos y muy posiblemente hippipollas. ¡Ah!, ya me olvidaba de Catón, además de que ha dejado de sonar Neil Young, por lo que me rindo: imposible ser hippie a pesar de que lo quiera, ¡mecachis! 

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