Opinión

RELACIÓN CON UN APARATO

Había traicionado a mi viejo teléfono azul con una joven belleza que me sonreía desde hacía tiempo, ya fuera de la mano de algún conocido, ya desde la misma seducción publicitaria en televisión o internet. Su permanente sonrisa se volvió acoso a mi debilidad humana, característica común ante lo que brilla a simple ojos vista. Mi fiel teléfono, que no me había dejado nunca con la palabra en la boca, que jamás se había apagado en plena conversación, luchaba ahora, sin embargo, desde su absoluta sencillez, o para muchos completa simpleza, contra los poli tonos, colores, pantallas digitales, conexiones posibles realizables con el mundo guay del facebook, twiter, blogs o páginas de internet sin tener que mover el culo del asiento, en definitiva contra el maravilloso progreso; y es que mira que estos aparatos nuevos hasta nos informan de la temperatura que hay realmente en nuestra vida aunque nuestro termómetro corporal sienta otra diferente; incluso nos puede ofrecer la de las Antípodas para responder a la necesidad neurótica de la posesión de datos o la de saber qué temperatura nos espera si decidimos escaparnos algún día de nuestra posible rutina agobiante. Mi viejo teléfono luchó contra todas las fuerzas modernas hasta que levantó su tapa cual manos arriba y sucumbió a la cárcel del cajón arrinconado, junto a otros objetos obsoletos donde no sonara ya su timbre. Los nuevos tiempos con su mayor exigencia de información al alcance de la neurona, que curiosamente la ha perdido por no ejercer la memoria y es que a más memoria externa menos interna, lo derrotaron. Además, la nueva posibilidad musical que se ofrece ahora, ¡cuán importante es para poder enchufarnos auriculares que nos conecten a una vida más allá de lo que vemos! más allá del vecino de enfrente o familiar que pasea al lado, que ya no interesa demasiado, ¿verdad? Mensaje para aquí, mensaje para allá, el caso es la fabricación de mensajes que nos hagan creer que tenemos alguien con quien comunicar, aunque sea de forma como lo hacía aquél con su teléfono sin batería que los demás veíamos hablando, realmente pura fachada y comunicación fraudulenta de uno consigo mismo.


La decisión de cambiar fue lenta y meditada, pues no solo del aparato vive el hombre sino también de otra figura necesaria en este negocio, léase operadora. Mi operadora me había fallado tarifariamente y no me había dado solución a cierto problema puntual, por lo que me entraron las dudas, pero su alto nivel de atracción por alcance de sus ondas aún me frenaba a ponerle cuernos con otra. Mas ahora la campaña de promoción tan bestial de la rival me había enganchado por la ilusión del aparato nuevo que lucía en ella, y consiguió mi cambio de bando. Un aparato moderno, ligero, bello, con mil posibilidades a abrirme a una nueva vida tecnológica fueron argumentos suficientes para llevarme definitivamente a la cama, haciéndonos amantes desde el primer tono aviso íntimo.


Después del enamoramiento, corta luna de miel con sus juegos sin reglas futuras y el descubrimiento de los primeros secretillos; los míos, relativos a cierta impotencia por manejar bien este pequeño nuevo cuerpo amado; los suyos, acumulados en menú que abre agenda, gps, libreta de direcciones, registro de llamadas, conexión a internet, reloj, grabadora, radio, reproductor musical, y no sé cuantos secretos más que me tenían embriagado.


Vueltos al curro, vuelta a la realidad: de repente hablaba con alguien y ¡hola, hola, ¿me oyes?! y más holas-me oyes hasta colgar sin saber muy bien si había colgado pues la pantalla oscurecía el dato. Así comencé a dudar de un regreso al futuro o a un pasado cavernícola. Una llamada resultaba bien y a continuación otra era de persona desesperada por cortes inesperados. Si la cobertura 3G, 2G o la madre que parió a estos códigos, si el poste en reparación, si mi ignorancia en el trato con tan alta tecnología, cualquier razón justificaba mi sinrazón. Y vuelta a mi gran teléfono, al que ya miraba de reojo. Después, la batería que no carga. Otra vez al punto de venta, y es que el modelo vino con este fallo según creen, así que a viajar a fábrica para ser revisado. Tras el regreso, vuelta a ser seducido por su vista ¡cuánta catarata de voluntad y qué débiles somos!


Ahora, tras otro tiempo dándole la oportunidad de concretar su atractivo, me ha vuelto a dejar colgado con la llamada en la boca, por lo que decido que sea el nuevo teléfono quien vaya al cajón del arrinconamiento, y el viejo me ocupe el bolsillo, eso sí sin hacerme reproches. Por cierto, resulta mucho más cómodo que el otro aparato que con su ancho perfil me tocaba los huevos, y perdonen la forma vulgar de referirme a las gónadas de nuestra anatomía, pero, es que verdaderamente me las estaba tocando.

Te puede interesar