Opinión

Se ruega silencio

Los que peinamos canas y también memoria recordamos un ya perecido letrero en el paisaje de los hospitales, que decía: "Se ruega silencio". Esta semana lo eché de menos en una sala de espera de consultas externas de un hospital madrileño dado el ruido imperante más propio de plaza de abastos en plena concurrencia que lugar donde el confort para el cuerpo es siempre poco que compense su mal de salud, aunque en mi caso el motivo de la espera fuera otro distinto a ningún mal. Pese a mi ¡Dios gracias!, el ruido de voces altisonantes estaba resultando molesto pero casi nada hasta la actuación de un niño acompañante (no estábamos en Pediatría) de unos siete años que tomó el espacio cual si fuera su parque de juegos, corriendo y gritando, con la complacencia de unos padres pasotas que no se percataban de lo coñazo que resultaba su niño. Al tiempo y en el amplio hall contiguo otros dos niños ‘patinaban’ (sí, como lo oyen, patinaban) sin que yo apreciara a nadie del mismo Centro Severo Ochoa tomar alguna medida coercitiva, ni siquiera simple señal de STOP de educación vial infantil, a falta de otros educadores responsables.

No sé quién (si hay alguien concreto), ni cuándo (si hubo fecha), tuvo la ocurrencia de retirar de los hospitales el aviso ‘Se ruega silencio’, ni si responde a algún dato positivo de investigación científica que desconozca y que contradiría el resultado del experimento de K.E. Matthews y L.K.Cannon que explica que las personas pierden su disposición a ayudar cuando se eleva mucho el nivel de ruido en torno a ellas. Pero ¡apañados vamos! si nos atenemos a esta mala influencia del ruido demostrada en el ‘reconocido’ experimento y la especial necesidad de la mejor disposición de ayuda al prójimo en este especial ambiente de dolor y enfermedad. Ya me gustaría saber la opinión al respecto del asesor cultural del Papa, Pablo d’Ors, por su doble condición de capellán de Centro Hospitalario donde asiste a moribundos y como autor del sugerente ensayo que es ‘Biografía del Silencio’. ¿Qué pensará este hombre de silencio y hospital sobre el ruido en estos tempos de salud?: esperemos la ocasión para preguntárselo. Lo que sí sé es que en aquel momento de ruido si yo tuviera el anillo de Giges por el que pudiera volverme invisible no entraría en debates fi- losóficos, como Glaucón y Sócrates, sino que sentaría una y otra vez, o tantas cuántas se levantase, al pequeño en una silla y le guardaría los juguetitos para desconcierto de él mismo y sus papás, que a lo mejor así aprenderían juntos a estarse quietos donde hay que estarlo, bien por pura intuición, bien a fuerza de perplejidad o temor a algún arcano travieso.

Zeus envió a Hermes a la tierra con dos regalos para que pudiéramos vivir juntos en armonía; uno de ellos fue el ‘dike’, el concepto de justicia y respeto a los derechos de los demás; no vayamos, pues, los humanos, a tirar por tierra el regalo divino por moda de otro concepto, ‘lais- sez faire’ o no reprimir nada, ni siquiera lo que atenta a derechos fundamentales de los demás. Pero, a todo esto, ¿por qué en lugar de esta prédica no le llamé la atención a los que me la inspiraron?; pues, lo confieso, por cierto temor a que además de burro, apaleado, o sea, a que además de que no me entendieran nada sufriera alguna consecuencia, y no me pongo en el caso de San Blas del mismo día porque esa fue definitiva, al acabar en la muerte de un hombre que bajó de su casa a la calle a las cuatro de la madrugada a llamarle la atención a un joven vecino de diecinueve años que no lo dejaba dormir con el ruido que hacía: la fatal consecuencia fue que molió a palos y navajazo hasta la muerte. Que no degenere más, pues, el respeto a los demás, y comencemos ya a colgar de nuevo el ‘Se ruega silencio’; y no solo en hospitales, por una mayor dike y mejor convivencia. 

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