Opinión

SILENCIOS CÓMPLICES

El silencio puede ser compañero del alma, amigo en el rezo o recogimiento, un aliado para el pensamiento en calma, la poesía o la trascendencia. El silencio puede ser música del aire que nos respira sin viento, que nos penetra de serenidad como un descanso del tiempo de ruido, más ruido y solo ruido, que vivimos en nuestra cotidianeidad. El silencio también como diálogo con la naturaleza, que lo rompe sin estridencias, al contrario de como sí lo hacen esos cascos pegados a las orejas cuál prótesis funcionales y que actúan como aislantes del prójimo que pasa al lado del que los lleva puestos, como si éste fuera una mosca cojonera o propio insecto en plena metamorfosis de Kafka. También el silencio puede ser base para la acción creativa y alegre, como por ejemplo resulta el silencio se rueda, silencio que da lugar a que comience la acción de filmar. Silencios cartujos o silencios para escuchar la nota musical que reverbera en el gusto de cada uno. Todos ellos son silencios ciertamente positivos, hermosos, que nos reconcilian con el oír y escuchar la propia vida. Hay, por tanto, bellos silencios, silencios de amor donde no hace falta el hablar, o, al menos, silencios de mejor estar callados que hablar por hablar de tanto hablar diciendo sandeces o simplemente cualquier muletilla que no aporta nada a ninguna conversación o emoción particular.


Pero no solo de estos silencios vive el ser humano. Hay silencios que matan, como dice el refrán, o silencios sospechosos de ocultar algo, tales como aquellos que se daban en el aula del profesor severo y excesivamente recto, que de tan recto pasó a envarado, que preguntaba un ¿quién ha sido? con tal gana y sed de venganza que nadie, ni siquiera el propio culpable a sabiendas de que todos los compañeros lo sabían y penarían por su causa, levantaba la mano para inculparse, porque valientes sí pero nunca temerarios contra la furia. También existen silencios inoportunos, porque pasada la ocasión pasada la romería; y silencios obligados por la represión o enfermedad, e incluso silencios eternos que ni son buenos ni malos porque ya ni siquiera son. Pero si hay algún silencio oscuro y feo ese es el cobarde, el que resulta de callarse la injusticia o denuncia de un hecho o acto impresentable por sentir miedo de que afecte al interés más egoísta, aún a costa del notable perjuicio que es posible cause, y que no es de aula como el posible anterior. El silencio de este tipo es un eco ensordecedor para cualquier persona, que le acaba confundiendo hasta la propia conciencia.


Hay silencios políticos, ¡cómo no!, que se producen simplemente porque no sabe no contesta o porque con ellos se crea pueden conseguirse más votos. Son silencios de urna para el féretro parlamentario; es ese silencio del mejor me callo y no expreso mi opinión para que no me castiguen las elecciones con la derrota inmisericorde si lo que digo es lo que pienso pero no lo piensa la demás gente que vota y que no quiere escuchar aquello que no le favorece de inmediato. No hemos de olvidarnos de esta ansiedad de inmediatez que nos envuelve nuestra sociedad, donde programar se programa, pero para ayer mejor que para mañana. Por supuesto, de estos silencios políticos para la obtención del premio inmediato salen los ruidos futuros de reclamaciones postreras.


Pero si los silencios anteriores son silencios para gritar íntimamente hasta expulsarlos de nuestro lado, los más insoportables de todos los silencios son los silencios cómplices, silencios que consienten actuaciones deshonestas, vergonzosas y perjudiciales para el conjunto de la sociedad pero que favorecen al grupo de pertenencia. Son los silencios más ?¡uf, qué asco!, silencios de el silencio de los corderos sin psicópata cinematográfico sino lleno de personas que se comportan como tales animales, todos detrás del primero aunque vayan por el barranco, y si hay silencio de jefe no puede haber otro modo para el otro. Silencios protectores de formas, maneras y conductas perniciosas que se amparan en el autoengaño para la permanencia del líder que asimismo protege al que calla. Pero el que calla otorga, así pues es el propio silencio el que a veces delata. Como delata al que no contesta simple misiva o carta de reclamación. Contra ese silencio solo cabe un silenciador de los que acompañan la bala, para que los fulmine como no lo fulmino yo, desgraciadamente.

Te puede interesar