Opinión

San Manilán, huyendo del mundanal ruido

En su testamento, San Rosendo se refiere a Manilán como “hijo espiritual mío” y le designa su sucesor como abad (Et instituo vobis patrem hunc filium meum spiritalem Manillanem abbatem). Poco después de la muerte del santo, el 21 de marzo del 977, el rey Ramiro III confirma las donaciones hechas al monasterio de Celanova y se refiere a Manilán como abad. Sin embargo, transcurrido solamente un año de su exaltación, desaparece por completo de la documentación celanovense durante 10 años, ocupándose del monasterio el abad Diego, que aparece, por ejemplo, en el testamento del desenfrenado monje propietario de Santa Comba de Bande, el famoso Odoyno, en el año 982.

El historiador López Ferreiro es autor de la única semblanza escrita sobre el sucesor de San Rosendo: un artículo titulado “Algunos rasgos de la vida de San Manilán, abad de Celanova”, publicado originalmente en el semanario científico compostelano, El Eco de la Verdad, en septiembre de 1868. López Ferreiro nos dibuja a un hombre “turbado” por la responsabilidad de su cargo, “las zozobras de su timorata y severa conciencia y las sombrías representaciones con que el enemigo del bien aterraba su mente”. La paz y la tranquilidad que encontró San Rosendo en el monasterio de Celanova, no eran, sin embargo, suficientes para Manilán, que “huyó” del monasterio, manifestando en la corte de León su deseo de peregrinar en busca de Dios. El rey Ramiro III y su madre, doña Elvira, le invitaron a que se retirara a las montañas de Valdecésar, donde, según la tradición, se situaba la ermita del obispo San Froilán.

El documento 258 del Tumbo de Celanova recoge con claridad meridiana las consecuencias de semejante decisión: “Dejó abandonadas a las ovejas y fueron atacadas por los lobos… vinieron los hijos de Belial y rapiñaron las casas del monasterio” (Dimisit oves in aperto et irruerunt lupi rapaces infra terminum (…). Venerunt filii Belial et adrapinaverunt domos monasterii sui…). Entre esos lobos destacaba un caballero rebelde, Osorio Díaz, que estaba usurpando las posesiones del monasterio, como San Martiño de Domés o San Pedro de Rocas, cuya jurisdicción hubo de ser restaurada.

A pesar de las súplicas de sus hermanos, el abad Manilán perseveró en su retiro asegurando que primero estaba el Señor antes que los hombres, hasta que, finalmente, el rey Bermudo lo obligó a volver a Celanova sentenciando que cada cual debe permanecer fiel a su vocación: “in qua vocatione vocatus est an ea permaneat”.

Manilán vuelve a aparecer en la documentación del monasterio en el año 987. Firma por última vez como abad el 3 de febrero de 1010 (Manillani abbati huius monasterii Cellenove manu mea cfr.); a los pocos días es sucedido por el abad Aloito al que se refiere el documento núm. 333 del Tumbo, fechado el 27 de febrero de 1010 (Aloito abbati et prepósito vestro domno Guttierris).

Manilán ocupó el cargo de abad en un momento de debilidad del reino de León, afectado por las razzias musulmanas y las luchas internas entre el pretendiente Bermudo II, proclamado rey en Galicia por una parte de la nobleza, y el monarca Ramiro III. Éste morirá en el 985 y Bermudo II podrá, por fin, ocupar la silla regia leonesa. ¿Quién sabe si el santo de Manilán no decidió apartarse del mundanal ruido de la lucha política, que para nada le interesaba, arguyendo una crisis milenarista y decidió volver cuando la situación ya se había pacificado?

A la memoria de mi padre, mi primer admirador: Acuérdate de brillar en el cielo.

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