Opinión

A UN AMIGO

Esta semana querría hablarles, si me lo permiten, de un gran amigo aunque, por no faltar a su natural modestia, callaré su nombre. Escribiré sobre él porque, a pesar de la distancia que nos separa en edad y en talla intelectual, que en todo me aventaja, es una de esas personas cercanas que prueban que la amistad es capaz de salvar cualquier diferencia y brindarnos algunas de las mayores satisfacciones que uno puede encontrar en esta vida.


Escribo sobre él y no lo hago, muy a mi pesar, con la maestría que él ha acreditado a lo largo de tantos años dedicados, entre otras facetas profesionales, al periodismo y a la comunicación. Lo hago, en cambio, con una ventaja que él echará en falta: una vista privilegiada que él ha ido gastando con el transcurso de los años y que ahora, ya octogenario, se ha alejado de su mirada limpia. Y eso es algo que, sin lugar a dudas, resta mérito a estas líneas y que, en contrapartida, acrecienta el de las suyas, preparadas y escritas casi en la oscuridad.


Entre bromas y veras, hace unos días le recordaba a este amigo, cuya erudición recuerda a la de San Jerónimo, que también se agotaron, y no será finalmente su caso, los ojos de Homero o los de Jorge Luis Borges. Tan es así que el argentino, que llegó a confesar que se figuraba el Paraíso 'bajo la especie de una biblioteca', llegó a dirigir la Nacional de su país cuando ya la ceguera había hecho presa en él. Y así lo recordaba en su famoso 'Poema de los Dones', donde admitía que 'Dios, con magnífica ironía, me dio a la vez los libros y la noche'.


Estoy seguro de que, si Borges no se rebeló contra la voluntad divina, mi amigo sabrá ir más allá y aceptarla con una sonrisa, tal es su fe. Y ello porque sabe que, como escribiera John Milton ya ciego, 'un venturoso yugo prueba al más fiel' y que, como añadía el poeta inglés en el mismo soneto, 'aún le sirve el que está quieto, y espera'. Bien es cierto que mi innombrado amigo, poco dado a la quietud, trabaja infatigablemente, cuidando todos los detalles y haciendo buena esa máxima evangélica que tanto cita: 'pasó por la tierra haciendo el bien'.


Por eso y porque nunca escatima un gesto de aprecio, una palabra amable, un cumplido honesto o un buen consejo, se merece estas letras, que quizá le cueste leer, y el agradecimiento sincero de los muchos que nos honramos, afortunados nosotros, con su amistad.

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