Opinión

EL ASOMBRO

Si hay algo que me asombra en los más pequeños es precisamente, y perdonen la redundancia, su capacidad para asombrarse de las cosas más nimias. Un niño puede asombrarse porque la lluvia no cae hacia arriba, porque la nieve está fría o simplemente, porque uno, siendo adulto, siga siendo, como él, hijo de unos padres. Un niño puede, en suma, maravillarse ante las cosas más cotidianas. Y esa una cualidad que, con demasiada frecuencia, pasa desapercibida para quienes tan a menudo dejamos de asombrarnos incluso ante lo extraordinario.


Ya lo sabía G. K. Chesterton cuando escribió que 'cuando muy niños, no necesitamos cuentos de hadas, sino simplemente cuentos. La vida es de por sí bastante interesante. A un niño de siete años puede emocionarlo que Perico, al abrir la puerta, se encuentre con un dragón; pero a un niño de tres años lo emociona ya bastante que Perico abra la puerta'. No se equivocaba el escritor inglés y, para muestra, basta ver a esos pequeñajos que, camino de la escuela, se entretienen con cualquier cosa y apuntan con el dedo aquí y allá, como si estuviesen inaugurando el mundo que los rodea y casi todo mereciese una pausa en su camino y una exclamación sincera.


Lo triste es que esa capacidad de asombrarse se va perdiendo con los años y también, por qué no decirlo, con un modelo educativo que suele asfixiar la creatividad de los alumnos y postergar ese don tan suyo que les permite admirar cualquier cosa. Y así es como los niños van dejando de asombrarse ante todo hasta que se limitan, aun antes de llegar a la edad adulta, a ver las cosas como si no tuviesen valor y no escondiesen, tras su aparente sencillez, algo hermoso que las hace únicas. Entonces, las nubes dejan de llamarles la atención y son simplemente nubes.


De eso nos habla Catherine L´Ecuyer en su obra 'Educar en el Asombro', un libro que bien merece una lectura y una reflexión honesta. Entre otros motivos porque nos recuerda a los que fuimos niños algunos de los errores que cometemos, aun sin mala intención, con quienes todavía lo son. Y uno de ellos es despojarlos de esa ilusión con la que afrontan la vida que se extiende ante ellos. Y es que, al fin y al cabo, no deberíamos olvidar que, como también dijo Chesterton, 'un niño ve por primera vez el cielo y estrena el cielo'. Y es una lástima que los adultos, incapaces de asombrarnos ante él, se lo robemos.

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