Opinión

JUEGO LIMPIO

Lo descubrí en la portada de un diario deportivo mientras aguardaba a que me sirviesen el primer café del día. Confieso que, como a tantos otros, me sorprendió encontrarlo allí, en primera plana, en el lugar que habitualmente ocupan los futbolistas más cotizados y, de vez en cuando, alguna figura destacada de otro deporte. Pero allí estaba: un niño cualquiera que, ataviado con los colores de su equipo de fútbol, se interponía, con la cabeza baja y los brazos extendidos, entre dos adultos que parecían discutir acaloradamente.


Supe después, mientras apuraba el café y el tiempo, que el niño se llama Alejandro Rodríguez, que tiene cinco años y que juega como delantero en el Unión Viera B, en la categoría de los miniprebenjamines. Y supe también que, al ver discutir al árbitro y al entrenador del equipo rival, Alejandro no dudó en intentar apartarlos mientras les decía: 'paren, paren'. Al final, los dos adultos abandonaron su enfrentamiento y Alejandro, que se salió con la suya, cosechó una merecidísima ovación.


Convendrán conmigo que es curioso que haya sido un niño el que, a pesar de corta edad, haya dado esa lección de buen hacer a quienes, precisamente por tener más años, deberían predicar con su buen ejemplo. Y es que, por paradójico que resulte, ha tenido que ser un renacuajo el que haya puesto una nota de cordura en mitad del césped, recordando que lo importante es jugar al fútbol, batirse limpiamente contra el adversario y cosechar el resultado que uno merezca. Sin más.


Desde luego, el gesto de Alejandro debería avergonzar a muchos: a esos jugadores profesionales que, a pesar de su influencia y de su caché, pierden los estribos con relativa facilidad; a esos entrenadores que tan a menudo se enzarzan en discusiones estériles y en descalificaciones groseras; a esos hinchas que, en lugar de complacerse en la victoria de su equipo,sólo buscan en el fútbol un pretexto para dar rienda suelta a la violencia... Y, por supuesto, el gesto de Alejandro también debería avergonzar a esos padres que, un fin de semana sí y otro también, alientan a sus hijos no a que se diviertan jugando al fútbol, sino a que ganen a costa de lo que sea y de quien sea.


Alejandro nos ha recordado la importancia del juego limpio: en el fútbol como en la vida. Quizá no llegue a ser un delantero de esos por los que se pagan millones, pero va camino de ser una persona que valga mucho más.

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