Opinión

MOSQUITOS

Cuando escribo estas líneas, todo apunta a que una rata ha sido la responsable del cortocircuito que esta semana ha paralizado el sistema de refrigeración de la maltrecha central nuclear de Fukushima. Apenas dos años después del devastador tsunami que arrasó la isla que le da nombre y que dañó gravemente su estructura, la central nuclear ha vuelto a la actualidad porque un infortunado roedor ha sido capaz, o eso se presume, de provocar un incidente que podría haber resultado letal.


Estarán de acuerdo conmigo en que es realmente llamativo que una vez más la naturaleza haya vuelto a poner contra las cuerdas la seguridad de un país, Japón, que está a la vanguardia de la tecnología. Como llamativo es también el contraste entre la fuerza de un tsunami, capaz de asolar el litoral de varias naciones en cuestión de horas, y la insignificancia de una rata que, al fin y al cabo, mueve más a una repugnancia instintiva que a un temor fundado. Pero así son las cosas y, a menudo, las más pequeñas no resultan, por el hecho de serlo, las menos importantes.


Esto recuerda la historia del joven explorador que, tras un largo viaje, llegó a un poblado en mitad de la selva. Los nativos del lugar lo acogieron con los brazos abiertos, compartieron con él su comida y, al caer la tarde, le hicieron un sitio frente al fuego. Después, cuando se hizo de noche, lo acompañaron a la choza que habían preparado cuidadosamente para él y que, para su sorpresa, no tenía ni puertas ni ventanas que lo protegiesen de las fieras que merodeaban por aquellos lares.


El explorador, atónito, intentó decir algo, pero sus anfitriones lo interrumpieron para hacerle notar que, alrededor de su cama, habían colocado un mosquitero que le permitiría descansar plácidamente. El explorador se extrañó pero más tarde, mientras intentaba conciliar el sueño, comprendió que en la selva, como en la vida, los peligros que nos rondan con mayor insistencia no son las grandes fieras, sino los minúsculos insectos.


Lo acontecido en Fukushima esta semana viene a corroborar la moraleja de esta historia: a veces, lo temible no es un tsunami, sino una rata escurridiza. Y, del mismo modo, las mayores preocupaciones que nos asedian en el día a día no suelen ser las variables macroeconómicas ni las cuestiones de geopolítica, sino otros asuntos aparentemente menores: la carestía de la vida, la enfermedad de un ser querido o un contratiempo cualquiera. Por así decirlo, los mosquitos de lo cotidiano.

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