Opinión

YA ES NAVIDAD

Ya estamos aquí: hemos sobrevivido a otro año y, por descontado, a los muchos agoreros que anunciaban el fin del mundo para ayer. Ya lo ven ustedes: hoy ha vuelto a salir el sol, aunque quizá no se vea, y aquí seguimos, a pocos días de 2013 y a algunos menos de la Navidad. Así que, mientras otros montan el belén o adornan el árbol o hacen lo imposible por escapar del bullicio propio de esta época, yo optaré por dedicarle unas líneas a esta celebración que, más allá de las creencias de cada cual y de la melancolía a la que puedan invitar las ausencias, esconde algo verdaderamente especial.


Algo especial para quienes creemos que aquel niño que nació en Belén era el mismo Dios y algo especial también para quienes, aun no creyendo tal cosa, reconocen que aquel día cambió la historia. Y ello porque, hemos de reconocerlo, el mundo habría sido otro sin aquel niño al que aquella noche acomodaron en un pesebre y al que, décadas más tarde, clavaron en una cruz; aquel niño que, a lo largo de su corta vida, nos mostró que todo se resume en una máxima aparentemente sencilla: amar a Dios sobre todas las cosas y, algo que olvidamos a menudo, al prójimo como a nosotros mismos.


Ese es, yo creo, el sentido de la Navidad: recordar esa circunstancia maravillosa que mueve al gozo y a la esperanza. Habría parecido increíble que un hecho tan cotidiano como un parto y alguien tan aparentemente insignificante como aquel bebé pudiesen cambiarlo todo. Y, sin embargo, eso fue lo que ocurrió: desde entonces y hasta nuestros días han sido muchos los hombres y las mujeres que, de una manera u otra, muchas veces en lo oculto y pasando desapercibidos, han hecho lo posible e incluso lo imposible para imitar a Cristo y para construir un mundo un poco mejor. Para amar a su prójimo, en suma.


Por eso decía que, a pesar de todo y de todos, y aunque nos aburran los villancicos y las luces navideñas, la vorágine consumista y la impostura de quienes sólo saludan estos días, la Navidad es una fecha especial y esconde un significado profundo. Es quizá el mejor recordatorio de que aún hay motivos para la esperanza, incluso en los tiempos que corren. Así que alegrémonos: el mundo no se acabó ayer ?al menos, no para todos- y todavía tenemos la ocasión de mejorarlo. Por eso y porque aquel niño es para muchos el Niño, con mayúscula, le deseo, amable lector, una feliz Navidad.

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