Opinión

PALABRAS Y MALENTENDIDOS

Hace unos días compartía café y conversación con unos amigos mientras uno de ellos nos regalaba una historia plagada de malentendidos y, por descontado, de las desagradables consecuencias que estos suelen traer consigo. Y así, entre bromas y veras, los demás apurábamos nuestros cafés y asentíamos, mientras conveníamos con él que, como le dijera el zorro al principito en la obra de Saint-Exupéry, las palabras son fuente de malentendidos.


Esto es particularmente evidente cuando se trata de palabras escritas: esas que carecen de tono y que se leen desprovistas de cualquier gesto que nos sirva de indicio de lo que se nos quiere decir. A fin de cuentas, en una carta, en un correo electrónico o en un sms no hay otra cosa que una sucesión de letras y espacios, salpicados en ocasiones con algún emoticono de esos que tanto proliferan. Y nada más. Por eso suele ocurrir que no pocas veces nuestros interlocutores leen algo bien distinto de lo que nosotros habríamos querido decir o nosotros leemos algo que no es lo que ellos habrían querido decirnos. Y así aparecen, como los conejos que asoman de las chisteras, los malentendidos y los desencuentros.


Hace ya algunas décadas desde que el profesor Albert Mehrabian descubrió que, en ciertas situaciones comunicativas, sólo el 7% de la comunicación se atribuye a las palabras, en tanto que el 38% se atribuye a la voz y el 55% restante al denominado lenguaje corporal. Contra lo que muchos sostienen, esta regla no es de aplicación universal pero, aun no siéndolo, evidencia la importancia que, junto a las palabras, tienen la entonación, el tono de voz, los gestos, la mirada... Todo eso que tan menudo echamos en falta en un email, en un sms o en uno de esos whatsapps omnipresentes.


Sobre esto mismo hablábamos el otro día frente a nuestros cafés. Quizá por eso cuando llegué a casa y revisé el correo electrónico reparé en que el menú del programa que utilizo falta una opción que, hasta la fecha, nunca había echado de menos. Y es que uno puede recibir una confirmación de que los correos enviados han sido recibidos e incluso leídos, pero no puede recibir un mensaje que le confirme que esos mismos correos han sido entendidos. Y esa es la cuestión: las palabras siguen siendo fuente de malentendidos. Especialmente cuando, como ocurre tan a menudo, uno no está frente a su interlocutor sino frente a una pantalla.

Te puede interesar