Opinión

PARA SERVIR, SERVIR

El título de hoy lo escribió un santo aragonés y se me antoja que es, y ya lo apuntaba él mismo, un buen lema que tener presente en nuestra actividad cotidiana. Y ello porque, como quería hacer ver el autor de esta máxima, para prestar un servicio a los demás es preciso contar con las competencias necesarias. Al fin y al cabo, nadie encargaría una casa a un arquitecto incapaz de dibujar una línea y ninguna persona sensata acudiría a un médico que nunca hubiese pisado una facultad de medicina. Para poder servir a los demás es necesario valer: saber desempeñar nuestros cometidos y, sobre todo, querer desempeñarlos de la mejor manera posible.


Pero la cita que hoy traigo a colación va más allá de ser un simple elogio de la competencia profesional y del buen hacer de cada cual. Nos recuerda también que, para que nuestro trabajo valga algo, no basta con culminar exitosamente nuestras tareas. Además de eso, es necesario que nos sepamos poner al servicio de los demás y que contribuyamos, cada uno desde su lugar, al bien de cuantos nos rodean: de nuestros clientes, de nuestros compañeros, de la sociedad en su conjunto.


Esto, que vale para todos, vale también para nuestros políticos. De ellos cabría esperar que fuesen personas capaces, que trabajasen infatigablemente y que lo hiciesen con el solo afán de contribuir al bien común. Algo que raya en la utopía o en el chiste leyendo la prensa de cada mañana, en la que podemos encontrar parlamentarios que, un día sí y otro también, se despachan con quejas a propósito de sus salarios. Y esto en un país, el nuestro, donde hay casi cinco millones de parados, el salario mínimo es de 641,40 euros y ser mileurista es todavía un sueño para muchos.


A esos políticos se les olvida que están ahí para servirnos y que, si eso les cuesta dinero, no deberían haber aceptado su cargo. Y que, si lo han aceptado, siempre están a tiempo de renunciar a él. Pero que no pueden pretender vivir a todo tren o mantener su nivel de vida anterior, si es el caso, a cuenta del erario. A las Cortes Generales como al último ayuntamiento del país tendrían que ir con vocación de servicio, por idealista que resulte esto. Y si tienen que asumir sacrificios, que los asuman. Nadie los llama pero todos les pagamos. Así que, si quieren servirnos, que nos sirvan. En el doble sentido.

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