Opinión

La vicepresidenta

He de reconocer que tengo una especial admiración por la vicepresidenta del Gobierno, María Teresa Fernández de la Vega. En la legislatura pasada consolidó como el verdadero pilar del Gobierno, apagando muchos fuegos que si no se hubieran extendido de manera explosiva. En definitiva, todo un lujo de bombero del que el presidente Zapatero hizo bien en no desprenderse, pese a las muchas demandas que tuvo para ello (léase, por ejemplo, la candidatura a la alcaldía de Madrid).


Su forma de actuar transmite a quienes la escuchamos credibilidad y seguridad, y esto no es cosa fácil en la clase política en día. Si a ello se le añade una contrastada eficacia y su, bien ganada, fama de trabajadora incansable, nos llevan a un referente político en toda regla, ya no en España sino en el Viejo Continente. Sin embargo, en esta nueva legislatura las cosas han cambiado y parece que mucho. Así, cuentan que en la remodelación ministerial le costó mucho mantener todas sus funciones y, en concreto, la de la portavocía del Gobierno. Y visto lo que se está viendo, casi hubiera sido mejor que dejase de ser la cara (y la voz) gubernamental tras los Consejos de Ministros de los viernes.


Esta afirmación la hago porque llevamos por parte de la vicepresidenta una continuada serie de reprimendas (por no decir descalificaciones) a sus compañeros de gabinete (Soria, Corbacho, Bermejo, ...) que dejan de manifiesto que el engranaje ministerial chirría de forma importante. Dicen, con razón, nuestros mayores que los trapos sucios se lavan en casa y esto bien deberían saberlo quienes nos gobiernan.


Se equivoca De la Vega al corregir en público a los ministros. Tenga quien tenga la razón existen otros muchos momentos para hacerlo y alguien se lo debería hacer saber.



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