Opinión

Nunca, nunca se vio nada igual

No sé si nos damos cuenta de lo alucinante de la situación política a raíz de las elecciones catalanas del 21-D, que no han despejado el panorama ni mucho menos, sino que lo han liado todavía más que estaba. Creo que el único cambio positivo ha sido el discurso navideño del Rey Felipe, manifiestamente más aceptable y valioso que el del 3 de octubre, que es para olvidarlo en el cuarto de los trastos inservibles. Lo más claro es que Inés Arrimadas se ha alzado con el triunfo electoral, lo que no significa ni mucho menos que tenga posibilidades de instalarse en la Generalitat. Puigdemont sigue con sus ensoñaciones y ahora parece ver compatible su elección como President con su condición de exiliado, al tiempo que la unidad indepe quedó rota al partirse en dos los suyos y los de Junqueras. Inés soñaba con la presidencia pero no va a reunir los votos precisos. Y así podríamos seguir hasta pasado mañana.

Pero sin duda lo más tremendo es el hundimiento del PP en Cataluña, donde se convierte en casi extraparlamentario, al tiempo que conserva en España entera el título de primer partido y el Gobierno. Nunca podríamos haber imaginado una evolución así de los acontecimientos. Y no olvidemos que además de los exiliados de Carles Puigdemont están los presos de Junqueras. En Europa no entienden nada de lo que pasa, pero en España casi tampoco. Un día de estos alguien va a convocar el gran premio a la antipolítica universal y hay quien lleva todas las papeletas.

Nunca, nunca se ha visto nada igual, y eso que todavía estamos en los comienzos del camino abierto el 21-D. Se supone que Mariano Rajoy no sabía bien lo que hacía, sobre todo al sacarse de la manga el fatídico artículo 155 de la Constitución, tema sobre el que me parece que ningún politólogo acertó en los vaticinios de sus consecuencias: todos se quedaron cortos y muchos no fueron capaces ni siquiera de atisbar las consecuencias de una decisión tan disparatada. Que se lo digan a Albiol, cuyas imágenes televisivas tras los resultados de los comicios eran absolutamente patéticas, después de haberle oído todo lo que decía durante la campaña.

A los medios de comunicación se les está poniendo a prueba como nunca sucedió en este país ni en ningún otro. Dirán que exagero, pero tengo la profunda convicción de que acierto en lo que digo. Pero no quiero atribuirme la sabiduría universal: yo tampoco supe atisbar la que se avecinaba. Por eso de momento no voy a atreverme a vaticinar ahora lo que ha de suceder en los próximos meses, aunque no erraría mucho si el vaticinio fuese la repetición de las elecciones en el Principado.

Mientras tanto, yo al menos adivino una ristra de males políticos, económicos y sociales en Cataluña, pero también en España entera. Lo que sucede es que adivinanzas como esta se han vuelto ya demasiado obvias para que sus autores tengan motivos de sentirse orgullosos de su acierto. Que Dios nos ampare, si es que muy en breve no comienzan a cambiar las cosas en este país.

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