Un paciente va a visitar al doctor porque le duele un dedo.
- Verá, doctor, es un dolor agudo como si fuera de muelas, pero de dedo.
- Hágase un análisis de sangre.
- Doctor, ¿no me mira el dedo?
Ningún médico que se estime mirará un pobre dedo dolorido. Dirá en seguida:
- Que le hagan una radiografía.
Ya dentro del aparato de rayos, que siempre tiene un sitio para darse un buen golpe, el médico empieza a hablar:
- Tiene usted un ganglio.
- ¿No será un botón? -sugiere la enfermera jugándose el puesto (y perdiéndolo).
El médico tuerce el gesto.
- Su hígado no me gusta nada.
Una afirmación tajante que siempre hiere el amor propio. ¿Se concibe que le digan a uno: “Su nariz no me gusta”? No. Pues lo del hígado también molesta.
- Pero, es que a mí lo que me duele es el dedo.
- ¿Qué dedo?
- Mi dedo.
- Ah, no es nada, se le pasará quitándose un par de muelas; y suprima el alcohol y el tabaco.
- Pero, si no fumo ni bebo.
- Bueno, pues suprima las patatas fritas y vuelva dentro de dos meses en ayunas. Por si acaso hágase dos radiografías, una de frente y otra de perfil.
Los hay que pueden volver a los dos meses, aunque un poco desmejorados.