Opinión

EL FELICITANTE DESCONOCIDO

En días de Navidad y Año Nuevo es cuando más correspondencia recibimos. Es una escala de emociones que va desde la sorpresa agradable de recibir un christmas pistonudo hasta la tarjeta mugrienta que nos sonsaca diez euros de las entretelas del corazón.


Cada vez que llama el cartero sentimos un sobresalto especial. Puede ser de los que nos recuerdan que el ganarnos el derecho a las felicidades del año próximo nos cuesta un ojo de la cara.


Pero también me voy a referir a la tarjeta de felicitación del felicitante desconocido. Leemos una y otra vez su nombre: Dionisio Santiponce. ¿Quién será este gentil Dionisio Santiponce?


Hacemos memoria. Nada. Santiponce continúa perdido en las nieblas del ignoto, vamos, de lo no conocido.


Es una tarjeta finolis. Dionisio pudiente, sí, pero desconocido. De inteligencia despejada, sentido artístico. ¡Menudo amigo teníamos sin enterarnos!


Se necesita ser muy desinteresado para dedicar un ¡Feliz Año Nuevo! a unas personas que no se acuerdan ni del santo de su nombre.


Vamos a ver, ¿cuál de nuestros amigos sería capaz de desearnos un feliz año nuevo si sospechase que no teníamos noticias de su existencia? ¡A freír espárragos nos mandarían en Año Nuevo! Todos, porque la amistad, al fin y al cabo, es una mentira, un engaño.


Es curioso, desde el primero de enero hemos oído trescientas sesenta y cuatro veces, con indiferencia, las doce campanadas de la media noche. Pero, ¡con qué fruición se oyen estas últimas doce campanadas!


Feliz Año Nuevo, felicitante desconocido, tan modesto, tan fiel y desinteresado que ni siquiera has puesto tu dirección en tu impoluta tarjeta.

Te puede interesar