Opinión

LA PRISA

Cuando recibimos la visita de uno de esos inoportunos epilépticos, es como si se hubiese abierto todas las puertas y ventanas y nos hallamos en plena corriente de aire.


-Pasa, pasa -le invitamos educadamente.


-Me quedaré sólo un momento -murmura este delincuente.


Ha sido como si un 'tsunami' azotase las cortinas. Porque lo más dañino de la prisa (y del tifus) es que se pega.


A uno, en el fondo, no le importaría gran cosa la prisa (ni el tifus) de los demás, si no fuese por el peligro de contagio, porque en un camping basta que uno solo beba un sorbo de agua contaminada, para que se contagien cien personas.


Estás en casa, después de comer viendo la tele tranquilamente o echando una cabezada en el sofá, que tanto presta, cuando aparece este azote de la sociedad.


Naturalmente, le invitas a que tome algo.


-No, no me siento. De comer, nada; en tal caso, ponme una copita, gracias.


Los minutos pasan y el 'inoportuno', sin venir a cuento, se va con un seco:


-'¡Adiós!'


A este azote de la sociedad sólo cabe despedirles diciéndoles:


-¡Oye, si tienes prisa, vuelve otro día!


Para mí, la prisa sólo tiene una justificación, cuando sales de casa y te olvidas las llaves dentro. Ejemplo, un servidor. Y no es la primera vez. Y a usted, diga la verdad, ¿nunca le ha pasado? Verdad que sí.

Te puede interesar