Opinión

Agresor y agredido

La agresión no tiene justificación posible. Ninguna, en ningún caso. Ni siquiera se puede utilizar como atenuante que se trataba de un joven con problemas psicológicos, expulsado de dos colegios, con tratamiento psiquiátrico y que tomaba ansiolíticos. Son millones los jóvenes españoles con problemas muchos más graves que los de ese menor que se acercó hasta Mariano Rajoy supuestamente para hacerse un selfie y le dio un puñetazo que le dejó la cara marcada y las gafas rotas. Y que salió a la calle, esposado, haciendo el signo de victoria a los amigos que le esperaban fuera y le jalearon hasta que fue llevado a comisaría. Las redes sociales hicieron mucho para alentar la actitud violenta del muchacho, no hay más que ver sus mensajes y los de sus compañeros. Es a lo que lleva la mala utilización de un instrumento que debería ser útil y enriquecedor para la sociedad.

El único dato positivo de una agresión que solo puede ser condenada sin paliativos, ha sido la reacción de los dirigentes de la oposición, que durante unas horas dejaron sus rivalidades políticas –y las personales, quedará para siempre en el recuerdo el comportamiento de Pedro Sánchez en el debate del lunes- para expresar su apoyo a Rajoy y condenar la agresión. Y sobre todo es dato positivo la forma en la que el presidente de Gobierno encaró la situación, con una actitud en la que no dejó ni un resquicio para el gesto arisco, la protesta, la debilidad o la urgencia por abandonar el lugar en el que se había producido la agresión. Se mantuvo en calma y calmó a sus acompañantes, tranquilizó a los escoltas que probablemente se sentían culpables por no haber sabido detectar que aquel joven no tenía buenas intenciones, y se negó a hacer cambios en el programa. Sólo la parada en una gasolinera, camino de La Coruña, para ponerse unos hielos en el pómulo y tomar un paracetamol.

Su preocupación máxima era la desazón que sufriría su familia; segundo, que no quedaran marcas ni hinchazón en el rostro para no aparecer en sus actos electorales, y en la cumbre europea, con las huellas del golpe. Sobre todo para que los dignatarios europeos no se llevaran la impresión de que España es un país en el que las tensiones políticas derivan en agresiones sin sentido.

En Barcelona, antes de viajar a Bruselas, tuvo buen cuidado en advertir que no se podían sacar conclusiones políticas de lo sucedido, que era un hecho aislado, y apoyó la profesionalidad de los escoltas recordando que era él quien deseaba el contacto directo con la gente en la calle, lo que evidentemente abría la posibilidad de que cualquiera pudiera acercarse porque era lo que él buscaba. Son declaraciones que le honran. Pero suele ser así en esta España políticamente tan convulsa: en los momentos más delicados, sale a la superficie lo mejor de los candidatos.
 

Te puede interesar