Opinión

El escenario de Feijóo

Feijóo ha ganado las elecciones. Su éxito ha sido espectacular en número de votos y escaños, sobre todo si se tiene en cuenta que hace apenas año y medio se hizo cargo de un partido bajo mínimos, desmoralizado, dividido, desbordado por los problemas internos, el distanciamiento de la dirección de los dirigentes regionales con la dirección y una pérdida galopante de votos. 

Si Feijóo, y sobre todo los dirigentes y votantes del PP, asumen que han ganado, no sería tan difícil que el PP lograra gobernar a corto o medio plazo, pero es necesario que se asiente esa convicción, ahora desaparecida en combate. 

El presidente del PP tiene dos desafíos por delante: uno, indudablemente, es el rechazo mayoritario a Vox, partido de la extrema derecha más recalcitrante y odiosa; dos, la sensación de desesperanza que invade a parte de los líderes del PP, que vagan como almas en pena como gran fracasados, cuando lo suyo ha sido una heroicidad. Solo Feijóo parece que defiende la honra del partido que ha ganado las elecciones y, además, está decidido a luchar para que efectivamente pueda gobernar a corto o medio plazo. 

Vox es el gran problema, y los estrategas de Sánchez basaron la campaña en identificar a Vox con el PP, como si fuera una única sigla, como si defendieran lo mismo. Y, para desgracia de Feijóo que siempre dijo que su objetivo era gobernar sin Vox, algunos de los dirigentes regionales se apresuraron a pactar con el partido de Abascal por miedo a perder el gobierno. Ese fue el error de Feijóo, que pecó de confianza en esos dirigentes regionales y, con la experiencia de haberlo sido él, quiso darles la libertad, prácticamente sin control de Génova, que no habían recibido de otros presidentes. No merecían esa confianza, algunos de los pactos con Vox son inasumibles para gran parte de los demócratas. Y fueron munición para la campaña de la izquierda.

El futuro del PP, para desgracia de Feijóo, está vinculado a sus relaciones con Vox. O a sus no relaciones con Vox. Un partido que detesta que se le llame ultraderecha, pero no hace nada por moderar su mensaje. Al contrario. Mientras dirigentes europeos como Meloni o Le Pen han asumido cambios que la práctica totalidad de la población considera indispensables, o al menos aceptables, la intolerancia y sectarismo de Vox lo ha convertido en un partido profundamente antipático, en algunos aspectos cercano a la inconstitucionalidad. Y sus pecados se ha ocupado la izquierda de trasladarlos al PP, cuando un abismo separa a los dos partidos.

Cómo va a abordar esa situación Alberto Núñez Feijóo es un reto inconmensurable. Entre otras razones porque millones de españoles aceptan sin pestañear a un presidente que gobierno con una izquierda también antipática, otra insípide y supuestamente glamurosa, una partido que ampara condenados por terroristas, y partidos independentistas que abominan de la Constitución, Y, sin embargo, castigan a quien creen, sin serlo, que es primo hermano de Vox. 

Españoles que deben hacérselo mirar.

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