Opinión

Una ETA derrotada escenifica su final

Derrotada desde hace años por la falta de apoyo social y por el cerco implacable de las fuerzas de seguridad, ETA ha preparado un gran teatro de disolución que no creen más que los ignorantes o los mediadores internacionales, algunos de los cuales viven de eso, de ser presuntos negociadores. Lo de presuntos es porque solo una parte les contrata, la otra no les reconoce.

No sirvieron de nada las reuniones de Argel promovidas por Felipe González, tampoco las suizas promovidas por Aznar ni las de Oslo y Ginebra promovidas por Rodríguez Zapatero. Sin embargo, la suma de todos esos encuentros, que no se pueden considerar negociaciones porque era imposible aceptar las condiciones de ETA, más la cerrazón de Rajoy respecto a aflojar en las detenciones de terroristas o a dar ni un soplo de oxígeno a los presos, llevó a  ETA  a dejar de matar  primero y, después, a anunciar su final.

Pidió un perdón selectivo, no el perdón a todas las víctimas que exigía la sociedad, y ha hecho público un comunicado con el que pone fin a su sangrienta historia. Sin embargo ETA no puede cumplir con algo que también le exigía la sociedad, no solo sus víctimas: un mapa con los zulos y la entrega de las armas. No puede hacerlo porque los miembros de la ETA actual no saben dónde están los zulos ni las armas. 

Las fuerzas de seguridad han encontrado algunas, porque tenían idea de dónde podían estar y porque algunos de los que todavía se dicen etarras algo habían escuchado en tiempos pasados. Un dato:   en su comunicado del  jueves anuncia la creación de una comisión de seguimiento, de 20 personas, para garantizar que se cumple lo anunciado. Los miembros de los cuerpos de seguridad tienen dudas de que puedan contar con 20 personas en sus filas. “Arañando mucho -confiesa uno de quienes conocen muy bien la actual situación de la banda- nos salen unos 16 miembros. Ni uno más”.

El inicio del fin de la banda se produjo en otoño de 2011 cuando se produjo en el palacio donostiarra de Ayete un encuentro entre personas próximas a ETA y del gobierno vasco con un grupo de personalidades  internacionales. De allí salió un pacto de cinco puntos, el Acuerdo de Ayete, en el que ETA anunciaría el fin definitivo del terrorismo y apostaría por  defender sus objetivos a través de la política.  Con un lenguaje grandilocuente, se recogía entre otras cuestiones el diálogo con Francia y España,  apoyo a las víctimas, el reconocimiento del dolor causado y la creación de una comisión de seguimiento del acuerdo.  

En cierto sentido el texto suponía  la constatación de que el terrorismo no había alcanzado su objetivo,  la banda había sido derrotada y apostaba por llegar a las instituciones a través de la movilización y los votos. Los partidos políticos ligados a ETA, prácticamente desaparecidos, lograron finalmente  el apoyo social que buscaban tras abandonar lo que denominaban “lucha armada”, apoyo que se incrementó cuando Arnaldo Otegi salió de la cárcel tras cumplir su condena.  ETA dejó  teórica y prácticamente de existir: no hubo atentados desde entonces, aunque sí escaramuzas, altercados y confrontaciones sociales.  

Las fuerzas de seguridad mantuvieron su trabajo, los presos advirtieron, con el transcurso del tiempo, que dejaban de ser una prioridad. Al contrario, empezaban a ser una molestia a pesar de que algunos de los históricos de ETA todavía estaban en prisión. Pero ni los familiares recibían la misma ayuda que los años anteriores, ni se producían manifestaciones multitudinarias exigiendo su traslado o su libertad. ETA estaba acabada. 

ACERCAMIENTO DE PRESOS

Dos cuestiones quedaban pendientes desde Ayete. Una era, precisamente, la situación de los presos. Otra, el llamado "relato".

El problema de los presos es espinoso para el gobierno de Rajoy. Desde el ala derecha del partido, y desde las asociaciones de víctimas, se está muy pendiente de que no se produzca ningún gesto en ese sentido. El gobierno vasco mantiene su eterna exigencia  de que se les traslade las competencias penitenciarias, pero Rajoy siempre se ha negado y el propio Urkullu ha declarado que  es un asunto que no puso sobre la mesa en las negociaciones para aprobar los Presupuestos Generales del Estado. Sin embargo no hay que descartarlo.

Reconoce el gobierno que a los etarras se les ha retirado el derecho a elegir la prisión más cercana al domicilio familiar,  y existe el temor de que algún tribunal internacional exija a las autoridades penitenciarias que lo aplique.  La razón de la dispersión por distintas cárceles españolas era que de esa manera se evitaba que recibieran consignas de la dirección. Con los presos agrupados era fácil manejarlos a conveniencia de sus jefes terroristas. 

Por otra parte hay mucha hipocresía en las críticas: tanto el gobierno de Aznar como el de Zapatero acercaron a docenas de presos a cárceles próximas a su domicilio familiar. La prueba es que hace diez años eran unos 500 los etarras que se encontraban en prisión, a pesar de que eran años en los que se producían atentados mortales, y hoy los presos etarras son 266, y no todos los que faltan han salido de la cárcel por el cumplimiento de sus condenas.

La otra cuestión, la del "relato", ETA y los partidos que la apoyan o han apoyado pretendían que ese relato, la historia de ETA y sus víctimas, fuera consensuado. Pero el gobierno de Rajoy, que es el que ganó las elecciones a los dos meses de que se firmara el acuerdo de Ayete, se ha negado a que se negociara cualquier tipo de relato compartido. 

ETA, por lo que ha trascendido, estaba dispuesta a aceptar su trayectoria terrorista porque es imposible ocultarla, pero pretendía  aparecer como un grupo que había hecho una reflexión profunda sobre  sus actividades y de esa reflexión había decidido actuar con generosidad y grandeza, pedir perdón por el daño causado y aparecer como una banda reconvertida en un partido ejemplar  que trabajaría desde las instituciones para alcanzar los objetivos que consideraban más adecuados para garantizar el bienestar  del pueblo vasco y la recuperación de la convivencia.

Es el relato que previsiblemente va a hacer la banda, pero tanto las víctimas como los partidos y los medios de comunicación se ocuparán de contar los hechos tal como fueron.

Brutales. Sin paliativos. 

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